Casablanca

Nuevamente Marruecos, nuevamente Casablanca. Sin embargo, en esta ocasión no es para quedarme sino para dar el salto a uno de los lugares de África que más me han seducido desde que era niño: las tribus del oeste del lago Turkana.

Kenia y sus grandes espacios naturales, aún conservan el halo de misterio y ensoñación que atrajeron a aventureros y exploradores a lo largo de la historia. Un espacio en blanco en la mayoría de los mapas, una tierra castigada por sequías y conflictos armados, un territorio surcado por caravanas de nómadas en busca de pastos. Pero igualmente, una tierra acechada por el petróleo y por las multinacionales en busca del oro negro. Un enemigo que no conoce de culturas o tradiciones. Por eso, intuyo que el futuro de tribus que han logrado pervivir en el tiempo durante siglos, puede verse alterado en el curso de los próximos años.

La escala en Casablanca se convierte en una especie de prueba para nuestra paciencia. Tenemos dos opciones, o pasar dentro del aeropuerto más de 15 horas o buscar un alojamiento en el centro de la ciudad. La respuesta no da lugar a dudas.

Qué suerte!!! Kitin Muñoz, un aventurero y viejo conocido se encuentra esperando en la sala de embarque de Barajas para volar hacia Casablanca. Momento de recordar buenos vivencias, de hablar de los cambios a nivel cultural de las tribus de  nuestro Planeta y de su trabajo como embajador de la UNESCO en Marruecos.

Su privilegiada posición con la casa real de Marruecos nos facilita nuestro acceso al exterior del aeropuerto de Casablanca. En menos de 10 minutos, un policía de la Casa Real nos realiza todos los trámites de migración y aduanas. Nuestra despedida nos enfrenta a otra realidad. El tren que nos conduce hasta el centro de la ciudad lleva dos horas de retraso. Puede que la temperatura interior del ferrocarril sea una especie de cámara de aclimatación para las temperaturas que nos esperan.

Menos mal que por una vez somos previsores, sobre todo después de la experiencia ferroviaria de anoche. Salimos hacia el aeropuerto con dos horas de antelación. Llegamos a la estación de Casa Voyageurs con nuestros billetes y… viajeros chillando y enfadados con los operarios de la estación, viajeros buscando una sombra bajo un sol de rigor, y unos trenes a los que ya les han salido telarañas del tiempo que llevan parados en la estación. Nadie sabe a qué hora saldrá nuestro tren de las 10:26, ni de qué vía y ni siquiera si llegará a tiempo para alcanzar nuestro avión. Y, en el momento en el que nos disponemos a pasar al plan B, es decir, el Taxi, aparece nuestro transporte.

Ya sólo queda una hora para embarcar, pero nuestra mente, la de Tatiana Pankratof y la mía, ya han llegado a Kenia. Ahora sólo falta dejarnos llevar por nuestra suerte o por la mano mágica de Topo Pañeda y los misioneros de San Pablo Apostol. Hasta nuestro próximo post.

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