Gracias a la recepcionista del Lodge encontramos a Crispi, una especie de taxista con el que acordamos un precio para pasar la jornada visitando otros lugares de los alrededores. En esta ocasión nos adentraremos en el interior de una zona poblada por los Bemba, el grupo étnico originario de esta zona. Aprovecharemos que Crispi es Bemba para poder sacar más partido a nuestros encuentros con la población.

Crispi dice hablar inglés, aunque a todo dice yes, por lo que nunca sabemos si nos entiende. Nuestro destino es Chitimukulu, aldea en la que desde hace cientos de años se encuentra el jefe máximo de los Bemba.

Salimos de Kasama bajo una tormenta que ha dejado a la ciudad sin luz. Es tanta la tromba de agua que está cayendo que resulta difícil poder ver más lejos de 10 metros. Por suerte, Crispi ha debido aprender a conducir en una escuela diferente a la de Joseph, el Pastor que consiguió en pocas horas que nos salieran cayos en las manos de tanto agarrar los asideros del interior del coche.

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Hemos recorrido más de 50 kilómetros cuando nos desviamos para seguir camino por una ruta secundaria que nos conduce hasta Chitimukulu. Crispi nos lleva hasta el palacio del jefe de tribu. No podemos continuar sin presentarnos al jefe supremo y hacer las reverencias oficiales.

Cuando descendemos se acerca una comitiva para recibirnos. Después de presentarnos nos explican el protocolo a seguir para poder hablar delante del jefe supremo. Entramos en una construcción de cemento, nada parecida a la que se encuentra delante, soberbia edificación de madera y paja que ha debido quedar como muestra del lugar en el que el jefe, vestido de pieles de animales, hacía sus recepciones.

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Nuestra visita ha sorprendido a todos. Puede que sea la primera vez que se acerca hasta aquí un viajero extranjero a solicitar recepción. La gente que espera ser recibida, aguarda delante de la puerta. Madres con niños, ancianos, parejas…., todos parecen querer resolver sus problemas mediante las decisiones del jefe. Es una especie de Casa de la Palabra, lugar muy extendido en todas las aldeas del África del oeste para resolver los desacuerdos.

Lo vivido en el interior es difícil de narrar si no se respira el momento. Pero que sea Jorge el que lo describa en unos de sus flashes. Tanta ha sido la impresión que ha recibido,, que ha preferido tomarse su tiempo para deleitarse en el recuerdo y en la narración de tan particular instante. Ha sido una de las situaciones que jamás podré olvidar. Por unos minutos me he sentido formar parte de una escena de la película Hatari en pleno siglo XXI.

Las aldeas Bemba son un alarde de limpieza y organización social. Nos reciben como si fuésemos Mr Marshall. Contentos de nuestra llegada, no les molesta ser fotografiados. Las mujeres están ocupadas en la tarea universal de moler el maíz, preparar la comida sobre el fuego de leña, amamantar a los bebes e ir a por agua. Sin embargo, parte de los hombres están ocupados en la tarea universal de probar un alcohol que producen mediante la fermentación de maíz.

Regresamos a Kasama disfrutando de un cielo tormentoso que cambia a cada momento. Jorge aprovecha para filmar unos time laps de video. Sin lugar a dudas, la estación de lluvias es el mejor momento del año para pintar con nuestra cámara un firmamento casi irreal.

Llegamos a Kasama, a nuestro Lodge. Ahora nos toca decidir el programa de mañana ya que el próximo tren no llegará hasta el próximo domingo

Juan Antonio.

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Audiencia en Blanco y Negro. ( texto:Jorge)

 

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Muli shani amigos del Norte, una curiosidad del tránsito entre el inconsciente y el contrario es que al despertar casi nadie recuerda con nitidez si sus sueños fueron en color o en blanco y negro, y que para bien o para mal se borran de la memoria casi con el primer café de la mañana.

Ayer, dando una vuelta por el centro de la provincia noreste de Zambia -como la mitad de España-, de mayoría de etnia Bemba, tal vez la cultura más rotunda del país, desde luego su lengua es la más hablada -hay unas 55 diferentes en Zambia-, pasamos por un requisito de obligado cumplimiento, en principio desproporcionado con la relevancia de nuestra visita: el jefe de la provincia debía autorizarnos.

En otros países y zonas menos urbanizadas del continente, como las infinitas sabanas semidesérticas de Tanzania y Kenya o el bosque meridional etíope, esa es una norma inviolable, pero aquí, que llegas por asfalto, con la raya continua marcada en las curvas y con señales de límite de velocidad y prohibido adelantar, saludando cada medio kilómetro a colegiales vestidos de riguroso uniforme estilo inglesito pijo de Cambridge, camino de la escuela, se nos antojaba una cacicada.

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Casualmente el conductor que contratamos ayer era bemba, él nos llevó a una casona de estilo colonial, próxima a la carretera, donde fuimos pasando filtros en orden jerárquico: primero desde el coche, un joven con ropa militar que interpeló al conductor en su lengua mientras nos echaba un distraído vistazo, cinco metros adelante, un tipo con traje gris cruzado, camisa blanca sin corbata y cara de sufrir úlcera de estómago, luego otro con traje beige mucho más cordial Por fin aparcamos, bajamos del automóvil y flanqueados por el militar y el ulceroso, llegamos al porche de la casa donde esperaba un trío formado por un señor que mandaba bastante, de unos 50 años, de aspecto grave, también con traje, el segundo en importancia parecía un presentador de un reality show playero, con una camisa hawaiana de flores desabrochada que dejaba ver el busto del Presidente del país estampado en la camiseta, tipo listo y rápido, presunto Canciller de Asuntos Exteriores y Jefe de Protocolo del lugar y, por último un militar menudo que no parecía pintar nada. Mientras Juan les contaba el objeto de nuestra visita, vi que teníamos cola delante, sentados en sendos bancos de madera esperaban cuatro mujeres locales bien vestidas y tres hombres trajeados pero con botas altas de goma, irresistibles sí.

El tipo mandón nos coló haciéndonos una gesto con la mano, sobre la marcha el Canciller nos explicaba las reglas protocolarias, genuflexión y palmadas incluidas, nada de apretón de manos, ante nuestra cara de estupor resumió que imitáramos todo su rito y listo.

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Entramos y la puerta daría a otro tiempo, si no fuera porque vi por el rabillo del ojo que la camisa de Honolulu seguía avanzando a nuestro lado, era una amplia habitación sombría y al fondo 19 ancianos muy serios sentados en corro, un silencio anticipo de solemnidad y todos esos pares de ojos clavados en nosotros y tocaba ya imitar al Canciller, nos plantamos los tres en el centro del semicírculo del Consejo, hicimos una especie de genuflexión sincronizada con dos palmadas rápidas delante del Jefe de Provincia que nos contempló con cara de pocker pensando tal vez que no habíamos ensayado suficiente, alguien colocó tres sillas detrás nuestro y tomamos asiento y de repente la percepción cambió.

En los últimos 20 años, mi especialidad profesional -creativo publicitario- me ha llevado a trabajar con frecuencia para políticos de máximo rango y altas instituciones, con ello justifico que ya me resulta familiar la presión atmosférica a sufrir en estos terceros grados Después de un estudiado silencio de los bemba que multiplicó las expectativas, en el que mis emociones pasaron paulatinamente de la resignación al entusiasmo y la emoción, el tipo mandón que nos recibió en el porche nos indicó que relatásemos al Jefe nuestra misión, Juan se arrancó como por un resorte e improvisó un discurso vibrante que no dejó indiferente ni a mí, parando a cada párrafo para propiciar la traducción al Jefe, que además de no hablar inglés llevaba la bragueta abierta.

Después de que el Consejo reflexionara en silencio mortal más de cuatro minutos sin apartar sus ojos de los nuestros, la respuesta del Jefe se hizo esperar también, y cuando habló parecía hasta cabreado, pero algo subliminal flotaba en el ambiente, yo estaba en la gloría, fue una vivencia surrealista y entrañable, emocionante y tronchante, a partes iguales, y aún no intuía por qué me encontraba tan francamente bien.

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Por hacer corta la parte formal, el Jefe dio el visto bueno, luego preguntaron quienes éramos, nombres y profesiones incluidas -ojo, fue después y no antes de saber el motivo, para que nuestro status personal no influyera en su decisión-, el Secretario del Consejo lo pasaba todo a un libro de audiencias y tras un aplauso de dos palmadas por parte de todos, nos despedimos con la misma torpeza de fintas que a la llegada, ante la sonrisa indulgente de algunos ancianos, otros se partieron la caja directamente.

Esta misma noche, antes de dormir, recordaba el evento ya en blanco y negro, y empezaban a desvanecerse los detalles, como si de un sueño se tratara, por eso hoy me he sentado temprano a escribirlo, en pocas horas no sabré si realmente sucedió de tal manera.

En síntesis, el evento fue en negro, no pudimos grabarlo, claro, ni una simple foto de aquel semicírculo de impasibles piadosos vestidos como por el estilista del maestro Joda, nada de cámaras, y cuando hoy no se pueden ver imágenes es que las cosas no han sucedido. Pero también transcurrió en blanco porque fue real, nos pasó a nosotros, por generación espontánea, auténtico, sin provocarlo, y nos sacudió con una fuerza inusitada.

Y lo curioso es que tuvo su versión en color, aunque esta solo se proyectó en nuestra sala interior cuando apreciamos que esa sensación de bienestar insospechado vino propiciada, sí, porque nos hicieron sentir importantes

Desde que llegamos a Dar, la dureza de la vida al borde de la desesperanza de aquí, te sorprende siempre con la guardia baja: planeas un periplo en tren y no hay, con dinero de por medio siempre te timan, los acuerdos que alcanzas nunca se cumplen, las condiciones de los servicios que contratas cambian nada más pagar, los malentendidos por idioma siempre en tu contra, en fin, la autoestima iba quedando maltrecha, y las jornadas intensivas de autobús en conserva y de tren defendiendo tu litera en los caos nocturnos apuntando amenazante con el spray repelente de mosquitos, no ayudan.

Y de pronto, por ese juego diametral de la vida, aparecen ellos y te dicen sin palabras que por el simple hecho de tu visita, eres muy importante: para ellos, para todos los bemba y para Zambia. Juan y yo se lo agradecimos mucho.

Jorge

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1 thought on “Trenafricana y los Bemba”

  1. Juan Antonio Muñoz, Jorge, thank you so much for sharing your experiences and feelings, during your travel within the soul of Africa … and yours. I am aware how complicated it can be to post a message and pictures from the middle of nowhere, where even tap water is a miracle. Your generosity can allow us, sitting thousands of kilometers away, to feel as a part of the whole, if we are willing to read beyond our eyes.
    I am so grateful to you for making me feeling closer to my beloved Africa while not being there.

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