Nos despedimos de nuestro amigo Andrés después de hacer un reportaje fotográfico de su alojamiento. Ahora tenemos que regresar a Francistown, ciudad de la que nos separan 180 kilómetros.

Buscamos una ruta alternativa para ver algo nuevo, por lo que nos dirigimos hacia el este, a una zona próxima a Zimbabwe. Una carretera nueva que poco a poco se adentra en una zona mucho más boscosa que la región de los salares. Lo que más sorprende es hacer kilómetros y kilómetros sin ver ni a un alma. La naturaleza es protagonista en un país con una superficie un poco mayor que la de España, pero con una población de tan solo 1,8 millones de habitantes.

Supongo que en el interior del Kalahari se podrán encontrar poblados con las raíces culturales apegadas al pasado, porque aquí ya no queda ni uno.  Las chozas tradicionales están siendo sustituidas por impersonales casas de cemento cubiertas con techo de chapa. Algo parecido a lo que ocurre en Marruecos con las construcciones de  barro. Y no es que esté en desacuerdo con que esto ocurra, sino con la perdida de los valores estéticos y urbanísticos que poseen las construcciones y aldeas tradicionales.  Los poblados de las típicas chozas guardan un orden y una modo de integración con el entorno muy distante de lo que se está haciendo ahora.

A lo lejos vemos una sucesión de colinas de piedra que resaltan sobre la uniformidad de las interminables llanuras de este país. Buscamos alguna pista que nos conduzca hasta ellas para poder escalarlas y disfrutar de la planicie desde las alturas.

Trepamos entre la densa vegetación que cubre los enormes bloques de piedra. Un terreno en el que seguro habitan especies poco amistosas con el hombre. Sin embargo, nos sentimos atraídos por el pétreo y extraño lugar. El cielo, como ya es costumbre por las tardes, se viste con nubes de formas infinitas y grandiosas. Tonalidades que van desde un blanco cegador hasta un gris plomizo..

Desde lo alto de algunos de los redondeados bloques de roca, el paisaje se abre bajo nuestros pies. Impresionante visión de un territorio que alberga algunas de las concentraciones de animales mayores de África.

Sobre una de las rocas observamos lo que parece un esqueleto. Intento llegar hasta él aunque sólo sea para saber lo que pudo sentir el animal que eligió ese lugar para darse el festín. Encontrar estos huesos en esta misteriosa roca me recuerda algunos rituales de vudú del África occidental. En ocasiones mi mente sueña demasiado, por lo que siendo más realistas, lo mejor será salir del comedor no sea que el cazador no haya encontrado nada para echarse a la boca.

Salimos de la pista cuando la tormenta que veíamos desde las alturas se muestra con toda su rábia. Los rayos impactan por todas partes. Por poco nos pilla en el bosque de piedras. Es como el colofón de la fiesta que el cielo nos ha ofrecido desde hace algunas horas.

Nuevamente en Francistown. Mañana tendremos que buscar un nuevo transporte para alcanzar Gaborone, la capital del país. Nuestra idea de continuar hasta ella en tren se ve nuevamente truncada. Han suspendido la línea por deficiencias en el material y por lo viejo que eran los vagones. Me extraña que fuese peor que los trenes en los que hemos viajado desde Tanzania. Nuevamente a la búsqueda del transporte.

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