Que nadie piense que esta zona del continente ha cambiado poco del África de la época de las grandes exploraciones. Si la comparamos con la zona del Sahara o del Sahel, incluso con países como Etiopía en los que todavía se respira un espíritu de la antigua cultura africana, aquí sólo la naturaleza despierta los sueños de antaño.

Salimos de Lusaka en el autobús que circula en paralelo a la línea del ferrocarril. La salida en la Bus Station es un poco caótica. No sabemos muy bien cuál es nuestro vehículo y, para colmo, una mujer con galones en la camisa a la que confundimos con un militar, nos dice que el autobús que teníamos ya reservado no es el que va a venir, sino el normal. Jorge se pone a temblar solo de pensar que puede ocurrir lo mismo que su primera experiencia a la salida de Dar Es Salam.

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El autocar es mucho mejor de lo previsto, un lujo teniendo en cuenta nuestra manera de viajar hasta hoy. En el interior coincidimos con la única pareja de blancos que nos hemos encontrado desde que llegamos a África, aparte de Mister Heineken. Son dos canadienses de unos 70 años, Pierre y Jackeline, que se encuentran recorriendo el sur de África por un periodo de más de tres meses. Rápidamente entablamos conversación para contarnos las peripecias vividas desde nuestras llegadas. Él es escritor y se dedica a recorrer diversas partes del mundo para escribir y publicar sus experiencias. Nos contaba su reunión con Chu en Lai, el secretario de Mao Tsetung mientras tomaban whisky. Después de varias copas revelaba su desacuerdo con el mandatario. Igualmente nos cuenta su encuentro con Che Guevara en Cuba y posteriormente en África, supuestamente Etiopía, para extender la Revolución.

Las carreteras son realmente buenas y los paisajes muy monótonos. La falta de contrastes como zonas de roca o montañas, hace que sólo la charla haga más llevadera la ruta. Llegamos a Livingstone y nos despedimos de nuestros compañeros de viaje. Ahora, como ya es habitual, toca buscar dónde dormir.

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Gracias a un taxista encontramos un alojamiento a pocos kilómetros de la ciudad, en el interior de una reserva natural y a orillas del río Zambeze. De las diferentes posibilidades y haciendo un uso racional de nuestra economía, optamos por quedarnos en unas tiendas perfectamente integradas en el entorno. Provistas de camas ya montadas, mesita, lámpara, ventilador y enchufes, son más que suficiente para nosotros. Además, la piscina en la puerta de nuestras tiendas y la continua compañía de macacos, hace nuestra estancia de lo más agradable. Un verdadero respiro después del tute que llevamos.

Las cataratas se encuentran a tan solo 5 kilómetros, por lo que mañana tocará una caminata para descubrir los mejores rincones de este espectáculo de la naturaleza.

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