Trenafricana y Edward Murphy. 

Capitulo 1.

Nada mejor que el tren para conocer un territorio a fondo sobre todo si no puedes contar con él y te buscas la vida para moverte.

Como casi todo el mundo sabe, África es un continente grandioso y lleno de contrastes imposibles. Hago memoria y no recuerdo a nadie que habiendo pisado cualquier parte de este gigante, no se haya quedado con la boca abierta, realmente atónito. Pues bien, el sector del transporte del África meridional se ha desarrollado a imagen y semejanza, y provoca exactamente esa misma reacción.

El avión del vuelo Amsterdam/Dar es Salaam de KLM era de los grandes, había mucha gente dentro, así que no habría sido de extrañar que algún pasajero se llamara Edward Murphy, lo cierto es que al llegar a destino, el tren en el que debíamos cruzar Tanzania y mitad de Zambia, como ya se comentó, estaba en huelga.

Y así empezó todo.

De Dar a Ifakara, probamos el llamado, socarronamente, chicken-bus por los propios africanos, de unas 50 plazas. Ocho horas a ciento y pico por hora, en un vehículo algo destartalado, adelantando camiones, turismos y 4×4, por carreteras de arcenes rotos y pavimento deslizante por la lluvia, en las que podía cruzarse alguna vaca o algún elefante de 5 toneladas, según el paraje. Este es un transporte ideal para estudiantes de master en RRPP, pues intimas sí o sí con el vecino de plaza, que suele ser alguien que subió provisto de un cubo de plástico a modo de asiento y que planta en mitad del pasillo. El que no tiene cubo, es que no sabe viajar por estas latitudes.

Como nunca fui a la India me considero afortunado por la experiencia: los taxis de Ifakara son rickshaw motorizados, un cacharro muy simpático la verdad. Juan compró una tarjeta SIM del país para disponer de Internet y la cobertura era muy irregular y no había forma de enviar un triste wp era subirse al rickshaw, bien para internarse en el bosque a buscar masais o acercarse a la estación de ferrocarril a indagar por la huelga de tren, y de repente el móvil se volvía loco recibiendo mensajes, contactábamos sin parar con nuestra gente durante los trayectos.

Por fin, el anhelado tren llegó a Ifakara. Babú nos llevó a la estación y al despedirnos miré al diminuto rickshaw pensando si no sería el medio ideal para llegar a Ciudad del Cabo: las 36 horas siguientes de tren hasta Kasama, Zambia, me confirmaron la sospecha.

Lo más positivo del trayecto es que Juan tuvo la oportunidad de hacer fotos realmente singulares, un tren africano es como la Asamblea General de la ONU, cada tipo que te cruzas es una nación y todos se fijan en ti por lo evidente que resulta que tú no perteneces a las suyas. Incluso los escasísimos occidentales que encuentras también lo hacen, preguntándose qué diablos haces metido en ese incómodo y sucio lugar.

Cruzar la frontera de Zambia fue otro suceso para no dormir eran las 03 a.m., los funcionarios zambianos de inmigración bajaron del tren después de darnos el visado de entrada, apagué la luz y con un bostezo me tumbé en mi litera maloliente y pegajosa dispuesto a morir por unas horas. Pero cerca de allí se debía estar rodando la saga de La Noche de los Muertos Vivientes o similar, de repente multitudes de personas que esperaban al tren desde hacía semanas para desplazarse por su enorme país -donde el transporte por carretera es más caro que en España-, empezaron a inundar el andén y la vías aledañas, se agolparon y apelotonaron en las puertas y por fin, abordaron todos los vagones del convoy incluso por las ventanillas, sin respetar primeras, ni segundas, ni otras bagatelas. Caos total.

Tomaron pasillos, descansillos de los accesos y cafetería, como si de un tren de refugiados huyendo de la gran guerra se tratara, recostándose sobre sus fardos en el primer metro cuadrado libre de suelo que encontraban como era de prever, los ánimos se fueron calentando, desde el pasillo se oían gritos y golpes en las puertas de las cabinas, había que defender el compartimento y el único arma disuasoria a mano era el spray repelente de mosquitos. Por fin, nos inclinamos por bloquear la puerta de tal forma que se quedo como soldada, imposible abrirla ni para salir. Noche irrepetible.

En Kasama hicimos otro descubrimiento singular: el permiso de conducir en Zambia no es obligatorio. Bajamos del tren al amanecer y la estación bullía ya en hora punta, dos blanquitos despistados por allí en medio llaman bastante la atención y un tipo educado de aspecto respetable nos abordó y se ofreció amablemente a llevarnos a la ciudad y mostrarnos las distintas opciones de alojamiento.

Su monovolumen Toyota aparcado fuera estaba ya repleto de pasaje, inocentemente pensé yo que era su familia a la que había ido a buscar, pero ni corto ni perezoso, sacó a tres parroquianos ya acomodados y a sus equipajes, dejándolos colgados sin piedad en la estación y nos instaló en las plazas preferentes bien, después de 36 horas casi sin dormir, de repeler a la turba revolucionada por la llegada del tren, alimentándonos sólo de plátanos, quesitos de la vaca y galletas, ante la visión dantesca de la cocina del vagón restaurante, uno se vuelve muy tolerante con la vulneración de algunos derechos humanos de menor relevancia.

Sólo añadir sobre este punto que el tipo respetable era ni más ni menos que Pastor de la Iglesia zambiana y taxista en sus ratos libres, ante esta señal, automáticamente fue contratado para que nos hiciera de conductor durante nuestra estancia.

Faltaban 4 días para que el próximo tren pasara por Kasama, pero salimos de estampida a los dos días en otro coche, al cura le faltaba algún gen esencial para conducir. Como ejemplo, era tal la inmovilidad exasperante, como de trance, en la que entraba antes de cualquier maniobra por sencilla que fuera, que una de las veces pensé que se había quedado dormido en un cruce. Esa minusvalía de la percepción espacial y su obsesivo afán de recoger caritativamente a toda alma que caminaba por la carretera y clavarla 50 kwachas, ante nuestra estupefacción que habíamos contratado su tiempo y su vehículo para toda la jornada, sugirieron un cambio de planes.

Continuará…

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