Siento que el viaje ha llegado a su fin. Pocas cosas me motivan a salir del alojamiento si no fuera porque tenemos que ir a comer a algún sitio. Los únicos lugares son restaurantes de comida rápida, por eso el pollo se ha convertido en el plato nacional. Pollo elaborado de mil maneras, pero en cualquier caso chicken.

Esta manera de comer ha conseguido que los estilizados zulúes de antaño hayan dado paso a multitud de mórbidas figuras deambulando por las calles.

El calor del ambiente, 38 grados a la sombra, no invita a moverse demasiado. Aun así, cuando el sol comienza a caer, me lanzo a una rápida captura de  imágenes que expresen el ambiente de Zeerust. Jorge se siente inspirado y se sumerge en el ordenador recordando el periplo de transportes hasta conseguir llegar hasta aquí. Por cierto, seguimos sin tren.

También han suspendido esta línea.

 

Texto de Jorge

Trenafricana y Edward Murphy.

Capitulo 3 y fin.

 

Esto se acaba. Y lo hace, curiosamente, como empezó, sin tren. El espíritu del finado Mr Murphy, que con su célebre ley elevó a rango institucional el síndrome del gafe crónico, nos ha acompañado cada vez que nos acercábamos a una instalación ferroviaria. Pero con el mismo estoicismo y socarronería que presiden sus tesis, las alternativas que han ido surgiendo enriquecen de largo la experiencia prevista.

En otras palabras, cada vez que el fatalismo se cebaba sobre nuestro destino, una oportunidad correspondiente emergía de la nada y multiplicaba las expectativas de alcanzar mejores vivencias. Toco madera.

Las últimas jornadas hablan por sí solas.

El tren botswano entre Francistown y Gaborone ya no funciona para pasajeros. Pero ello nos animó a alquilar coche y conducir hasta los salares de Nata y pisar lugares singulares invitados por los amigos de Shingi, el periodista. Y con el propio Andrés, marketing manager del Pelican Lodge, mostrándonos los puntos calientes de la reserva y guiándonos hasta una aldea San, próxima a los salares de Makgadikgadi. Y todo ello, sumado a alojarnos gratuitamente en los bungalows del lodge, con una cordialidad exquisita, ahora que andan organizándose para la temporada alta. Planazo.

También murió el tren de Gaborone a Johanesburgo. Pero entramos en Sudáfrica alucinados, sin habla, a bordo de un camión de 30Tns. Al volante, unos jóvenes supervivientes de la desesperanza que con un gesto y dos comentarios abrieron la ventana, para asomarnos al patio de atrás de la vida camionera, en un país donde las distancias se multiplican casi por tres, en proporción con España. Los tipos eran unos enrollaos, de troncharse con ellos, aún les quedaba jornada larga de manejar ese aparato de 7 ejes, e impasible el ademán, nos llevaron hasta el mismo centro comercial de la minúscula villa, como si fuera un taxi, y eso que cada vez que hacían una maniobra se paraban las nubes, allá en el cielo.

En síntesis, faltó tren pero abundó el resto. Por encima de todo, como es de menester destacar, la gente de este continente: enorme en cercanía, inasequible al desaliento, con su genético sentido del humor, tipos duros de alma generosa, que incluso cuando te timan lo hacen pero no tanto…

Por una vez, vinimos con lo imprescindible al viaje, ni un simple gps, y sin embargo, es de esas ocasiones que más te traes de vuelta. Esto último lleva mensaje.

Muchas gracias, amables seguidores.

Etiquetas: