23 junio 2022. Por más que uno se empeñe, el día no tiene más de 24 horas, por lo que es imposible conseguir hacer realidad en ese tiempo lo que realmente se haría en 48. Si además tenemos en cuenta que existe el condicionante del sueño y del descanso, las horas efectivas de actividad se reducen, en el mejor de los casos a 16 horas. Montar y desmontar campamento: 3 horas; preparar la cena y el desayuno: 2 horas… En definitiva, el tiempo real para avanzar y devorar kilómetros, se ha reducido considerablemente. Si además, uno de los viajeros tiene la mala costumbre de parar continuamente porque ha visto luces, sombras, formas o cualquier otra circunstancia que quiere atrapar con una cámara de fotos, “apaga y vámonos”. Para que esta situación no acabe en tragedia, se requiere que la parte B, en este caso Jesús, actúe como moderador y catalizador consiguiendo que todo fluya con normalidad y sin estrés.

Realmente, nuestro objetivo es Mauritania, pero, ¿no existe nada interesante en los casi dos mil kilómetros de recorrido que tenemos desde que hemos salido de Hara Oasis hasta la frontera? Evidentemente sí que hay situaciones, lugares y personajes que piden ser tomados en cuenta. Al final, son valores añadidos a un viaje que en definitiva busca acumular experiencias enriquecedoras, muchas de ellas inolvidables.

Siguiendo la media de tiempo que la mayoría de nuestros conocidos emplea para hacer el mismo trayecto, ahora estamos en casi el doble. La razón es obvia. Avanzamos por una especie de museo al aire libre compuesto por multitud de obras artísticas al alcance de todo aquel que las quiera ver. Cuando uno pasea por el museo del Prado no va recorriendo sus salas a contrarreloj. Lo mismo nos está ocurriendo hoy. Una a una, las obras de arte se van presentando con toda su belleza. Las nubes perfectamente colocadas filtrando los rayos de luz para crear ese ambiente mágico en el que los colores, las líneas y los volúmenes rayan la perfección. Hay que controlar el ojo para que éste no se vuelva loco. Hay que sosegarse y disfrutar de cada momento lo mismo que se haría con un buen vino. En varias ocasiones hemos abandonado la carretera succionados por caminos de tierra que nos han llevado a escenarios grandiosos. Escenarios protagonizados por espectaculares formaciones de arena que en ocasiones invaden la carretera mostrando su poderío.

Si no fuera por esos buenos momentos de contemplación, el recorrido se haría interminable. Desde Tan Tan playa la carretera va siguiendo la costa del Atlántico durante casi 1.200 kilómetros de rectas invadidas de camiones en ambos sentidos, aunque éstos son casi los únicos en rodar por el asfalto. Nos sorprendió desde la salida en Agdz la falta de circulación de vehículos particulares, aunque está claro que la razón hay que buscarla en el precio del combustible. Comparativamente con el precio en España, en Marruecos es más caro. El precio se ha disparado a 1,60 € por litro. Pocos son los que se pueden permitir el lujo de viajar con sus utilitarios como lo hacían escasamente hace un año.

Hemos parado en Boujdour para comprar pan, algunos yogures y, por supuesto, tomar un té en uno de los chiringuitos en los que cada tarde se reúnen los pescadores a relajarse de las duras jornadas de trabajo en alta mar. Ahora aprovecho para escribir unas líneas de esta crónica mientras oigo de fondo las conversaciones en la lengua hassania de los hombres del desierto que se acaban de sentar a nuestro lado para beber leche de camella servida en una cazuela de metal y comer un buen plato de garbanzos.

El sol está cayendo y dudamos si buscar un sitio para acampar o continuar hasta pasado el cruce de Dakhla. Al final, el viento y el frío nos sacan de dudas, aunque dentro de un par de horas no creo que la cosa cambie mucho. Al menos, aprovecho para terminar la crónica de hoy. Mañana, si todo va bien, cruzaremos la frontera y veremos el rumbo a tomar en función de algunas informaciones que obtendremos al salir de Marruecos.  

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