1 julio 2022. Con las primeras luces me levanto de mi cama plegable para subir a la duna que nos cobija. Casi 20 dromedarios han pasado la noche junto a nosotros a la espera de que el camellero venga a desatarlos y a ordeñar a alguno de los animales para tener leche con la que desayunar.

Antes de partir de Hara Oasis, Sara, mi hija de 9 años, me dijo que su 4×4 tenía que acompañarnos a lo largo de toda nuestra expedición por si teníamos algún problema. Y así hemos hecho. El Land Rover Defender ha seguido las huellas de nuestro Toyota para asistirnos en los momentos más duros del viaje. Un viaje virtual que alimenta mi ánimo en las situaciones que más lo necesito.

Nos despedimos de nuestros anfitriones de la pasada noche y seguimos rumbo hacia Tamcheket. Aunque en el mapa Michelin aparece una pista, ésta es inexistente. El asfalto que va desde Boumdeid a Kiffa, ha cambiado la manera de desplazarse de una población a la otra. Y no es de extrañar. Continuamente vamos navegando con los rumbos y con las indicaciones que nos dan los nómadas que aparecen a nuestro paso.

En una de nuestras paradas, una pareja con síntomas de haber pasado una vida cargada de vivencias, nos invita a tomar un té. La señora, con una tez brillante marcada con unas arrugas que podían expresar todos los acontecimientos y años de continuos desplazamientos a través de las arenas, saca agua de la guerba (piel de cabra en la que transportan el preciado elemento para que esté siempre fresca) para preparar el té. A su lado, un señor con claros síntomas de ceguera, espera pacientemente a que la vida le pueda cambiar su destino.

El GPS indica que estamos a tan solo 15 kilómetros de Tamcheket. Sin embargo, los continuos humedales impiden nuestro paso. Hay que recorrer a pie el interior de bosques de árboles gigantes si los comparamos con la vegetación que estamos viendo durante la ruta. Afortunadamente para nosotros, que no para la población y los animales, el agua se está evaporando y el barro se está secando. Un error podía plantarnos en el fango y obligarnos a trabajar soportando una temperatura y una humedad que ya de por sí nos dejan en estado de “batería baja”.

Por fin llegamos a Tamcheket. Una población con un futuro incierto y en la que pocos quieren vivir. Visitamos a los gendarmes para notificarles nuestra llegada. Nos estaban esperando y sabían exactamente el lugar en el que habíamos pasado la última noche. Compramos algunos yogures frescos, un auténtico manjar en nuestra situación, y proseguimos la navegación hacia el destino de nuestra andadura mauritana: las ruinas de Audaghost.

No hay pista marcada. Los 32 kilómetros que nos separan los iniciamos a base de rumbos evitando los pedregales. Está empezando a anochecer y acampamos en los alto de una duna. Mañana alcanzaremos el mítico paso de las antiguas caravanas. La única diferencia es que nuestro camello mecánico no estará a la altura de las naves del desierto utilizadas para transitar por ese punto.

Etiquetas:

Deja una respuesta