MAURITANIA, AOUDOGHOST & AFFOLÉ (VIII)

28 junio 2022. Nos despedimos de Ahmed Kenkou antes de continuar rumbo sur para internarnos en la zona del Tagant. A escasos 100 metros de la puerta de la casa de Ahmed, una explosión nos detiene. Pensaba que había sido un reventón de una rueda, pero no. Nos hemos quedado sin gas del aire acondicionado y ahora sí que podremos sentir el Sáhara en su estado puro y duro.

Antes de abandonar Atar hacemos acopio de gasoil, agua, pan y fruta. Durante las próximas jornadas no tendremos ocasión de poder comprar. Probablemente tampoco tengamos conexión telefónica para enviar las crónicas. Siempre me ha gustado el mercado de Atar con su ambiente y colorido.

La ruta sigue mostrando los efectos de las riadas. La parte positiva son las grandes extensiones de terreno completamente inundadas. Una maravillosa reserva de agua para los duros meses del verano. Sin embargo, en el interior de nuestro coche la temperatura es muy alta. El aire que entra por la ventana es como tener un secador de pelo gigante acoplado a nuestro vehículo. Si cerramos las ventanas es como viajar encerrado en un baño turco. Al final, preferimos la opción 1.

El desierto no deja de asombrarme. No me canso de disfrutar con las variadas formaciones de roca, arena, y ahora también agua. A cada hora el espectáculo es diferente. Rodamos con tranquilidad para disfrutar del entorno. Los poblados se funden en el paisaje como lo han hecho a lo largo de los últimos años. Nada ha cambiado. La belleza de las sencillas construcciones de los poblados se funde con el desierto de un modo casi mágico.

Viajar con Jesús es como hacer un curso de dieta. Tengo que plantarme para desayunar, picotear a mediodía y cenar. Sobre todo para la primera y tercera comida. Si fuese por él, sobreviviría a base de magdalenas, embutido y bocadillos. Eso sí, hace un rato se ha apuntado a los espaguetis y tortilla que he preparado.

El lugar en el estamos pasando la noche es simplemente alucinante. Un guelta (pequeño cañón con pozas y cascadas de agua) que descubrí en otra expedición y que hoy tiene todos los ingredientes para convertirse en candidato al mejor paraíso de esta zona del Sáhara. Su desconocimiento es lo que ha permitido que este lugar se mantenga en su estado puro. Y por mi parte, así seguirá siendo. Son las 2:20 de la madrugada y tengo que apagar el ordenador. Los cientos de insectos y solífugos que se acercan atraídos por la luz, me han llevado al límite de mis fuerzas. Creo que antes de meterme en la tienda volveré a disfrutar del frescor de una ducha bajo la cascada junto a la que hemos acampado.

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