5 de julio 2022. El viento no ha cesado durante toda la noche. Una brisa fresca que, además de evitar que se acercaran los insectos, ha permitido que por primera vez durmiese de un tirón. Con las primeras luces, el sonido de los carromatos acercándose al pozo, rompe la rutina del silencio que nos envuelve.  

Las nubes de ayer por la tarde se han disipado, lo que nos asegura que podremos llegar al asfalto sin quedar atrapados en algún barrizal. En Kaedi hacemos acopio de gasoil, agua, pan y yogures. Hemos intentado cambiar euros en los bancos de la ciudad, pero es imposible. En todos nos dicen que tenemos que ir al mercado y negociar el precio de compra del Ougiya. El mercado es todo un mundo de colores y luces. Un caos nos sumerge en un universo que no se puede explicar sólo con palabras e imágenes. Para completar la escena nos faltaría añadir los sonidos, gritos, rebuznos, cláxones… sin olvidar los olores.

Mientras Jesús me espera en el coche, salgo catapultado hacia el caos. Me encanta la sensación de ese laberinto formado de estrechas callejuelas sumidas en una oscuridad que acentúa aún más la magia del lugar. Todo se vende, todo se compra. Avanzo saltando entre platos de cuscús que los comerciantes han dispuesto a nivel de tierra para comer. Una cultura en la que todo se hace a ras de suelo. Charlar, preparar el té, comer, dormir, dejar correr la vida… Un ciclo que no ha cambiado con el paso del tiempo ni de la globalización.

Acampamos a unos 20 kilómetros de Bogué. Hemos seguido el curso del río Senegal, una zona fronteriza de la que nos queremos alejar para evitar los riesgos que supone dormir en tierra de traficantes que pasan a nado o en pequeñas barcas de una orilla a la otra. A partir de este punto iniciamos nuestro regreso hacia el norte. Si todo va bien, mañana llegaremos a Nouakchot.

6 de julio 2022. Atravesamos la zona desértica de Trarza. La arena vuelve a hacer su aparición, al igual que los nómadas conduciendo sus caravanas de dromedarios. Estamos cerca del día de la Fiesta del Cordero, por lo que, al igual que sucede en el resto del mundo musulmán, todos se afanan en conseguir algún animal para sacrificarlo en menos de una semana.

Un fuerte viento azota la zona del lago Rkiz. La localidad del mismo nombre aparece ante nuestros ojos como una ciudad fantasma. El polvo blanco levantado por el fuerte viento atenúa los relieves y las formas. Muchos animales, que no han podido soportar la sequía de los últimos meses, yacen en el paisaje fundiéndose con la tierra.

Paramos junto a una jaima de pastores nómadas. Un simple saludo mientras pasábamos a su lado, es una buena excusa para detenerse y pasar un rato con ellos. Nunca sabré si nuestra presencia es bien recibida. Su condición de hombres curtidos parece haberles borrado parte de las expresiones faciales que cuando uno no habla su lengua es la mejor manera para intuir su animosidad ante nuestra llegada. A pocos metros, unas mujeres recogen tierra del suelo para poder construir un refugio y pasar allí unos meses.

Los pozos son la constante en nuestra ruta. En estos puntos de vida siempre merece la pena efectuar una parada. Jesús se vierte el agua sobre su cuerpo. Le da igual estar vestido. Mejor para él ya que durante al menos media hora no sufrirá del calor que llevamos soportando durante toda la jornada. La visión del mar hace su aparición. La capital ya está cerca.

La entrada en Nouakhott muestra el caos al que es mejor acostumbrarse si uno quiere salir indemne de un tráfico que logra incluso romper la calma de Jesús que terminó por conducir como ellos. Allá donde fueres haz lo que vieres. Viejos y destartalados Mercedes 190 parecen competir en una yincana. Este es otro de los grandes enigmas del país. Entender cómo pueden seguir rodando hasta con 10 personas en su interior, la baca cargada con enseres, cabras y multitud de objetos variopintos, es algo a lo que es mejor no buscar respuesta.

Ahmed Kenkou nos recibe en su fantástica casa junto al palacio presidencial. Su hospitalidad no tiene límites. El mejor anfitrión que uno puede tener en Mauritania. Nuestros cuerpos agradecen la bienvenida y el descanso durante al menos 24 horas. Mañana aprovecharemos para reparar el Toyota. Ahora, a descansar y charlar con Ahmed, su mujer, una fantástica española de Mondragón que lleva años viviendo en este país y sus hijos.

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