El destino parece haberme llevado a Jordania coincidiendo con dos de las más cruentas guerras que ha vivido la civilización durante las últimas décadas, la guerra del Golfo en 1991 y la actual guerra de Ucrania. Es como si el azar nos transportase a tierras en las que la historia y la naturaleza desearan alejarnos de los horrores. Una muestra de que aún quedan en el planeta lugares en los que poder vivir alejados del sinsentido que nos rodea. Un proverbio árabe cuenta que el desierto es un jardín creado para permitir al que señor de los creyentes poder pasear en paz. Nosotros también nos consideramos creyentes, por eso estamos aquí.

De izquierda a derecha: Juan Antonio Muñoz, Ahmad Al Shanti, Victor Toucedo, Javier de Miguel, Javier Nofuentes, Jesús Ibañez, Oscar Javier Gonzalez, Federica Perezagua, José Domingo Ibañez y Ali Al Shanti.

Treinta y un años después nos encontramos en tierras jordanas dispuestos a revivir las experiencias de antaño. Un vuelo de la Royal Jordanian nos lleva hasta Amman. Poco tiempo tenemos para recorrer una ciudad que descubre unos asentamientos arqueológicos que datan de aproximadamente 7.000 años a.C, y en los que se puede leer la historia de esta urbe.

Con la ayuda de los GPS y los mapas nos dirigimos hacia el sur del país, próximos a Irak y Arabia Saudita. Las pistas, casi inexistentes, nos alejan de las rutas turísticas para descubrir una región que mantiene oculta las bellezas del desierto de Oriente Medio. Navegamos con nuestros vehículos en medio de un paisaje casi irreal y carente de referencias. Los espejismos convierten nuestro horizonte en lagunas infinitas e inalcanzables. Observados desde la lejanía, nuestros 4×4 parecen flotar sobre las aguas.

Fascinado ante la ilusión óptica, la naturaleza parece estarme aleccionando sobre nuestro modo de vida. No hay que dejarse engañar por la proyección de un espejismo fantasioso en un futuro o en un mundo no tan lejano. Lo real es el lugar en el que estamos y no lo que aparece a tan poca distancia de nosotros.  Por eso, nuestros todo-terreno o las bicicletas de montaña que hemos traído desde España, parecen objetos surgidos de una alucinación.

Y sí, también viajamos con bicicletas de montaña en medio de un desierto sobre el que nos sentimos empequeñecidos. El objetivo de nuestra aventura es doble. Por un lado pretendemos abrir nuevos itinerarios para la próxima Ruta de los Nabateos y, por el otro, acercar este desierto al mundo del deporte mediante la realización de una prueba internacional de BTT que se celebrará en el 2023.

Después de varias horas de recorrido, la presencia de unas jaimas (tiendas de campaña de los nómadas) de beduinos, rompen con la soledad que nos envuelve. Mientras no acercamos percibo la cara de sorpresa de estos pastores que parecen no dar crédito a lo que ven. Después de que Ali y Ahmad, nuestros corresponsales en Jordania, rompan el hielo y relajen a estos señores del desierto, se inicia la “sagrada” rutina del té bajo la protección de las telas de su tienda ambulante.

En el interior, algunos tapices y cojines sobre los que reposar, y una fogata sobre la que preparar el té. La luz que se filtra a través del tejido de la jaima, crea fantásticos juegos de luces y sombras con la ayuda del humo de la hoguera. Realmente uno se da cuenta de lo poco que se necesita para sentir un bienestar que difícilmente conseguimos en la civilización material de la que venimos.

Bruscamente, el terreno se parte en una enorme falla que contrasta con las llanuras de las últimas horas. Es el momento del atardecer y la luz magnifica aún más el espectacular paisaje que se abre ante nuestros ojos. Las arenas anaranjadas y blancas se funden entre las rocas mostrando un fascinante arte abstracto creado por la acción del viento durante miles y miles de años.

La luz de la hoguera y el titileo de las estrellas, nos van sedando mientras los beduinos preparan el té y unos manjares sacados de la nada. El frío, de un modo casi imperceptible, nos va acurrucando entre las mantas y los sacos de dormir. El gélido viento que acaba de hacer acto de presencia invita a buscar protección en el interior de nuestras tiendas. Una vez más siento esa paz embriagadora que parece fundirme con este medio hostil, pero al mismo tiempo bello.

Nos adentramos desde el este, próximos a la población de Mudawwara, en el paisaje arenoso y casi lunar de Wadi Rum. Las autoridades militares no dieron los permisos para poder llegar a esta fabulosa obra de la naturaleza a través de los límites fronterizos con Arabia Saudita.

Avanzamos lentamente a través de una formación geológica compuesta de antiguos lechos de ríos y elevadas montañas de arenisca. Sus arenas, de color blanco y rosa, fueron testigos de las aventuras vividas en aquel lugar por los Nabateos o por el mismísimo Lawrence de Arabia, cabecilla de las revueltas árabes de la zona.

La belleza del entorno permanecerá para siempre en nuestra memoria. Personalmente lo considero uno de los espacios desérticos de mayor belleza del mundo, sobre todo después de haber recorrido la mayoría de los que existen en nuestro planeta. Comparto la frase del explorador Théodore Monod cuando dijo que en lugares como en el que nos encontramos “el rey se convierte en el esclavo de lo real”

La llegada a la mismísima frontera de Arabia Saudita sin pisar asfalto, nos brinda la posibilidad de disfrutar de una inolvidable puesta de sol en el Mar Rojo, muy cerca de la ciudad de Aqaba.

El laberinto se abre a través de una estrecha fisura de roca. Por ella se filtra la luz cegadora del desierto, iluminando un conjunto urbano insospechado. Petra, la ciudad rosa de los Nabateos muestra su esplendor mediante tallas multicolores formando uno de los complejos arquitectónicos más impresionantes del planeta.

Incluso los beduinos contemplan con devoción aquellas formas caprichosas que aparecen en la inmensa grieta de arenisca. Una tortuosa fisura entre riscos colgantes que dan la impresión de querer tocarse a más de cien metros sobre nuestras cabezas.

La luz y los colores crean un caprichoso caleidoscopio capaz de hechizar al más insensible de los viajeros. Hace cientos de años, la belleza del entonces secreto lugar había llegado a oídos del explorador suizo J. Ludwing Burckhardt (1784-1817) que, sin dudarlo, decidió emprender la búsqueda de la misteriosa ciudad conocida con el nombre de Petra.

Es fácil imaginar la impresión que recibió el explorador al adentrarse por el siq, el pasillo de acceso al laberinto rocoso. Un especial magnetismo consigue, aún en nuestros días, acelerar el pulso del viajero. Algo espectacular está a punto de aparecer. Poco dura el estado de tensión. Al salir de la última curva del siq, la luz ilumina unos de los monumentos más impresionantes de Petra, el Khazne (el tesoro). Al igual que el resto de monumentos del lugar, está tallado en la roca aprovechando una de las paredes verticales de la montaña, alcanzando 43 metros de alto por 28 de ancho.

A partir de este templo, el cañón se abre y desemboca en el anfiteatro romano que está tachonado de tumbas a ambos lados. El teatro está tallado en la roca y tiene un aforo para 7.000 personas. Más adelante se abre un espacio en el que se encontraba la ciudad con sus cientos de cuevas, templos elevados, tumbas reales, viviendas, cámaras funerarias, salas de banquetes, depósitos y conducciones de agua, baños, escaleras monumentales, mercados, edificios públicos y calles empedradas.

Es la capital rosa de los Nabateos que, hace más de 2.000 años, sirvió como refugio temporal a nómadas y beduinos procedentes del norte de Arabia. En aquella época, Petra era un lugar que servía fundamentalmente para custodiar tesoros. Pronto se dieron cuenta de que además podían conseguir un arancel por el salvoconducto a los mercaderes que atravesaban aquella importante encrucijada de rutas comerciales, al tiempo que ampliaban su dominio en toda la región.

Nuestra ruta se dirige ahora hacia las tierras bajas sobre las que descansa el Mar Muerto. El descenso es escalofriante y no sólo por el desnivel, sino por las fantasiosas formaciones rocosas del lugar. Con la ayuda de Auda, nuestro guía beduino durante esta jornada, intentamos completar el itinerario por los antiguos caminos de tierra que hoy han quedado en desuso debido a la construcción de una nueva carretera.

La reserva de Dana brinda sus tesoros para aquellos que quieran desafiar sus profundos cañones y torrenteras. Las bicicletas y las piernas son en estas circunstancias los mejores aliados para avanzar en este territorio. Incluso con nuestros 4×4 las continuas trialeras nos detienen a cada paso.

Por fin hemos llegado al Mar Muerto, el punto más bajo de la Tierra, situado a 400 metros bajo el nivel del mar. En esta especie de lago gigante no existe ningún tipo de vida ya que su concentración salina es del 34%, cuatro veces mayor que la del Mediterráneo. Esta característica favorece especialmente las cualidades curativas que poseen sus baños, sobre todo para las enfermedades cutáneas.

La flotabilidad de esta agua impide que los cuerpos se hundan. Además, si este curioso baño se realiza por la noche, con el resplandor de las luces de Jerusalén como fondo, la experiencia resulta inolvidable. A partir de aquí y con nuestro objetivo cumplido, sólo nos queda volver a las alturas y regresar a España. La próxima Ruta de los Nabateos para el próximo mes de octubre es ya una realidad. Y, para aquellos que prefieran descubrir y sentir estos lugares de un modo diferente, tendrán que esperar a la celebración de la Jordan Bike Race del 2023.

Viajar en la situación actual dista mucho de las condiciones de libertad de un par de años atrás. Sin embargo, puede que este sea el mejor momento para explorar y descubrir parte de las riquezas paisajísticas y culturales que nuestro planeta Tierra ofrece a los espíritus libres. Para los beduinos el desierto es su única patria. No entienden de restricciones ni de pandemias, simplemente siguen el curso marcado por siglos de travesías en uno de los escenarios más fascinantes del mundo.

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