Camellero en Adrar. Mauritania

Dunas del Amatlich. Mauritania

Desde hace más de cuatro horas avanzamos por la bella desolación del Sáhara. Desde que nos hemos levantado, los únicos signos de vida aparente son los arbustos y palmeras que parecen haber sido colocadas para recrear nuestros sentidos. Es difícil imaginar el día a día de los moradores del desierto que ocupan la mayor parte del tiempo en la búsqueda del oro líquido. Su vida sigue girando en torno al agua, al fuego, a las estrellas y al dromedario. El nómada necesita al dromedario para atravesar el desierto y el dromedario necesita al nómada para alcanzar el agua. Una simbiosis que ha permitido la supervivencia humana en estas remotas zonas del planeta durante siglos. El viento es otro de los elementos que ha condicionado los movimientos de estos pueblos. Un viento que todo lo cambia, que todo lo decora con formas irreales y abstractas. Las sorprendentes visiones que se presentan ante nuestros ojos nos detienen una y otra vez. En muchas ocasiones, el momento requiere de calma y tiempo para asimilar la grandeza del entorno de un modo natural, a la velocidad de los elementos y no a la de nuestro vehículo.

Pueblo abandonado. Mauritania

Las aldeas que encontramos a nuestro paso se han convertido en pueblos fantasmas. Algunas de las entradas de las chozas han sido cerradas para guardar en el interior algunos objetos que podrían ser utilizados si algún día se regresara a estas viviendas. Una vuelta condicionada por la existencia de agua. Los pozos que rodean a los pequeños pueblos han dejado de tener el valor de antaño. Los pozos de agua se han convertido en pozos de arena y polvo. Las rutas caravaneras siempre han sido trazadas por la localización de los diferentes puntos de agua. Son como los «Meeting Points» del desierto. Son fuente de vida, pero también de muerte. En el mítico desierto del Tanezrouft, al sur de Argelia y norte de Mali, los primeros exploradores que se aventuraron a realizar las primeras travesías del Sáhara, encontraron los esqueletos de cientos de animales y de personas que agonizaron junto a puntos de agua que se habían secado.

Maura Amatlich. Mauritania

Nuestra manera de desplazarnos difiere mucho a la de los nómadas que cruzamos en nuestro camino. Sin embargo, hay algo que tenemos en común, la búsqueda de agua. Ellos llenan sus «guerbas», unas odres de piel de cabra, y nosotros los bidones que nos permitirán continuar con la seguridad de poder alcanzar nuestro siguiente destino. Desde mis primeras travesías por el desierto del Sáhara, mi obsesión era y es, localizar sobre el mapa los puntitos en azul. Puntos que informan de la existencia de agua. Nunca se me olvidará una travesía que realicé en solitario con mi Land Rover a la captura de imágenes de los nómadas de una zona al interior del país. Era el mes de agosto, con unas temperaturas extremas que condicionan los desplazamientos por el desierto. En esa situación todo sufre, desde las máquinas hasta los hombres. La ruta de 120 kilómetros que preveía hacer, atravesaba una difícil zona de arena, lo que convertía a la travesía en una arriesgada aventura. Con la ayuda de los nativos y de mi cartografía, tracé una ruta que unía pozos que estuvieran a una distancia máxima de 40 kilómetros entre uno u otro. De ese modo, en caso de avería podría llegar andando y por la noche, a la siguiente fuente de vida.

Cargando agua. Mauritania

Los gueltas son concentraciones naturales de agua que surgen en las zonas del desierto y se crean cuando el agua del subsuelo aflora a la superficie en una depresión. Generalmente se encuentran en zonas de cañones. Estas piscinas naturales son la salvación para los animales y personas que rodean a estas cuencas de agua. Algunas de ellas, como en la que encontramos los cocodrilos, han permitido la salvación de especies que han desaparecido en el resto del desierto por culpa de la desertificación del norte de África. Quién podría imaginar que sobre el terreno que estamos circulando, hace miles de años pastaban elefantes, rinocerontes o jirafas?

Guelta. Mauritania

En muchas ocasiones pienso en lo que pasará por la cabeza de los pastores que encontramos en estas perdidas zonas del mundo cuando nos ven aparecer sobre nuestro «camello mecánico». Sus miradas desprenden extrañeza y curiosidad. Todo les intriga. Qué llevamos en el interior, a dónde vamos o qué hacemos aquí, son las primeras preguntas que surgen de aquellos con los que nos podemos comunicar. Sin embargo, lejos de sentir, por nuestra parte y por la de ellos, algún tipo de temor, nuestros encuentros suelen terminar con un vaso de té en la mano. La nobleza de los señores del desierto siempre es una constante de la vida en el Sáhara.

Juan y Maura. Mauritania

 

 

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