Antes de salir de este lugar perdido del mundo la policía nos obliga llevar escolta policial armada durante toda nuestra estancia en el desierto del Danakil. Estamos en una zona insegura por culpa de los conflictos con Eritrea y no es la primera vez que grupos armados secuestran a algún viajero.

Una vez más la ruta me recuerda al sur de Marruecos. La pista que une Mhamid con Foum Zguid es casi copia de la ruta que llevamos.

La temperatura supera los 45 grados, lo que imposibilita casi hacer cualquier movimiento. Las desoladas planicies tienen siempre como imagen de fondo los conos de los diferentes volcanes de la región.

Buscamos una caseta de control en medio del desierto. La policía nos dice que obligatoriamente tenemos que ir hasta ese punto ya que es allí donde nos autorizarán a seguir hasta el volcán Erta Ale y poder así contratar los camellos y porteadores para realizar la ascensión. Después de casi una hora de búsqueda encontramos la caseta. Mientras nuestro guía realiza las formalidades, nosotros buscamos una sombra en la que aletargarnos y evitar cualquier tipo de esfuerzo. Parece increíble que los Afar puedan vivir en este medio tan hostil durante todos los días de su vida sin llegar a consumirse.

Estamos navegando hacia uno de los volcanes. Las zonas planas dan paso a un terreno caótico y negro de lava. Una auténtica trialera en la que avanzamos a menos de diez kilómetros hora. Por fin llegamos hasta el punto desde el que continuaremos nuestra ascensión a pie. Tenemos que preparar el material que queremos que lleven los porteadores, el que transportaremos sobre nuestras espaldas y…esperar que llegue el atardecer y descienda la temperatura.

Iniciamos la marcha. Según el guía Afar tenemos entre 15 y 25 kilómetros de recorrido hasta llegar a la cumbre del volcán. Afortunadamente sopla una ligera brisa y el cielo amenaza tormenta.

Cae la noche y subimos a ritmo lento para ahorrar energía. Hacer la ascensión durante el día sería un acto de suicidio. A media ladera, un rojo resplandor sobre la montaña nos sobrecoge a todos. Estamos llegando a unos de los pocos volcanes activos del mundo.

Un fuerte e indescriptible olor a azufre nos indica que ya casi hemos llegado. Por fin alcanzamos la cima. Bajo nosotros se abre otra caldera que emite violentas explosiones de color rojo. Antes de continuar hasta ella preferimos esperar la llegada de los camellos que traerán la cena y poder así descansar un poco.

Juan Antonio Muñoz

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