La ruta continúa hacia el este, hacia Somalia. Nuevamente las montañas hacen su aparición con esa variedad de tonos verdes que lo inundan todo. Un verde que en algunos lugares, como es el caso de esta ruta, la población reaccione con colores vivos que a cada momento impactan en nuestra retina. Es increíble, algunos pueblos se convierten en verdaderos floreros humanos en el que una vez más las mujeres son las protagonistas.

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Resulta difícil no parar a cada instante para saborear con nuestra vista las infinitas composiciones cromáticas.  Los ocres del fondo de las paredes realzan aún más los tonos de los trajes de cientos de mujeres que sentadas sobre el suelo esperan poder vender lo mínimo para poder subsistir al día a día. En ocasiones pueden pasar casi una jornada completa para que alguien compre un puñado de cebollas, que es lo único que algunas tienen para ofrecer al cliente.

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El mercado se distribuye por grupos de productos. Por un lado son las verduras, por otro los sacos de carbón vegetal que obtienen quemando madera para luego utilizarla como combustible en el fuego de las cocinas. Otros venden leña que transportan desde sus aldeas en pequeños fardos sobre la espalda y con suerte sobre burros. Y en esta zona otras mujeres venden unos manojos de hierba verde que mucha gente utiliza para masticar, algo parecido a lo que hacen con la coca en Perú. En India también mastican otra planta que les provoca una gran salivación de color rojo y su consecuente escupitajo que tiñe las paredes y suelos de las calles de un color que parece sangre. Aquí sólo les deja la boca verde. Cuando hablas con alguien que lo está mascando y abre la boca, su interior parece un jardín.

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Cuando el mercado se levanta, poco a poco los cientos de personas que han permanecido durante toda la jornada sentados, comienzan nuevamente la procesión hacia sus poblados. En ocasiones tienen más de diez kilómetros de marcha. Con suerte transportarán los billetes que hayan conseguido, de lo contrario tendrán que regresar con la carga a cuestas.

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Ya estamos Harar, una ciudad que ya visité hace unos años y que me fascinó por su ambiente y arquitectura. El hotel en el que nos hemos alejado es teóricamente el mejor de la ciudad. Que sea el mejor no significa que sea bueno. Que sea el mejor no significa que sea limpio y que huela bien. Tenemos una discusión para cambiar de cuartos ya que nos dicen que es imposible porque está completo. Echo de menos esas noches durmiendo en tiendas de campaña. Eso era verdaderamente lujo.

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No llego a entender la falta de sensibilidad de la mayoría de los hoteleros de este país para tener alojamientos decentes. Lujo también es sencillez, pero siempre con limpieza, algo barato y fácil de conseguir. Más sorprendente es que siendo un lugar declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, no tenga alojamientos en condiciones para recibir al visitante. Seguro que esto cambiará en pocos años. Entonces, quizás echemos de menos los tiempos en el que no había tantos turistas y la ciudad se mostraba con toda su autenticidad. ¿Qué es lo mejor?

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