Mientras despuntan las primeras luces me dirijo hacia el lugar en el que hace unas horas habíamos visto el campamento de camellos. La visión es impresionante. No ha salido todavía el sol y miles de camellos en un orden enigmático e incomprensible ante tanta magnitud de animales se encaminan a ritmo lento hacia el infinito. La caravana se pierde en el horizonte. Nunca pensé que podría llegar a vivir este momento y mucho menos que caravanas así existieran en nuestros días. Se dirigen hacia las zonas de extracción de sal para cargar los camellos y transportar los bloques hasta las tierras altas. Desde allí los camiones seguirán su transporte hasta el interior del país.

A pocos kilómetros de iniciar la ruta con nuestros 4×4 para seguir a las caravanas nos vemos atrapados por los barrizales producidos por la lluvia de la noche anterior. Un gigantesco lago por el que van desapareciendo las caravanas mientras nos afanamos en desatascar los coches. Es imposible continuar con los vehículos hasta la zona de extracción de sal.

Para llegar a Dallol tenemos que seguir desatascando los coches que una y otra vez se quedan inmovilizados. Rodamos por una fina corteza de sal hasta llegar a un lugar que más bien podría ser Marte o cualquier otro planeta. El suelo se ha convertido en una superficie de un rabioso y oscuro tono rojizo. A partir de aquí tenemos que seguir a pie guiados por militares armados que nos escoltan para protegernos de posibles ataques.

Si en el volcán la naturaleza había producido bellísimas formaciones de lava, aquí se “ha salido”. Un auténtico museo al aire libre. Una de las visiones más maravillosas e impresionantes que he vivido. Un juego de colores provocado por los minerales que los géiseres escupen del interior de la tierra. Formas abstractas decoradas de colores casi irreales. Estamos en el más allá.

Pero la realidad es que la temperatura alcanza casi los 50 grados  y ni tanta belleza puede mitigar el efecto del calor sobre nuestros cuerpos. Además, el cielo amenaza tormenta y los militares nos dicen que como no salgamos ahora corremos el riesgo de quedarnos atrapados en el fango.

Cuando ya estamos casi afuera de la zona pantanosa, uno de los coches se atasca. Al intentar ser rescatado por otro, éste también cae presa del barro. Y así hasta llegar a tener tres vehículos  inmovilizados. El esfuerzo por desatascarlos es enorme y al final conseguimos rescatar a dos y dejar el tercero a la espera de la llegada de militares que lo puedan despegar del lodo.

Hemos perdido toda la tarde sobre el barro, por lo que nos vemos obligados a volver a dormir en el mismo campamento de la última noche.

Juan Antonio Muñoz

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