Me levanto a las 6 de la mañana después de meterme en la tienda muy tarde. Era imposible desconectarme del impresionante espectáculo que la luna llena, las nubes y las montañas nos ofrecieron durante la noche. Hay cosas que son difíciles de describir, y ésta es una de ellas. Las sensaciones y la experiencia vivida son cosas que sólo pueden permanecer en el interior.
Caminamos varios kilómetros a través de las montañas para llegar hasta varios poblados escondidos en el bosque. Nada parece haber cambiado en siglos. Existe una especie de barrera invisible que parece dividir esta tierra del resto del planeta. Sólo algunos bidones de plástico delatan la presencia cercana de otra civilización.
Por la tarde llegamos a Kibish, el pueblo más importante de la zona. Busco a un jefe de tribu al que hace un par de años fotografié. Cuando lo encuentran le hacen venir hasta el campamento. Le entrego una foto que le saqué en blanco y negro. Se queda mirándola y contesta: “La foto no se puede comer, qué me has traído que se pueda comer?”
Después, me pide dinero y me devuelve la foto. Queda claro que nuestra manera de pensar está años luz de esta gente.
Nos enteramos de que cerca de nuestro campamento se va a celebrar una Donga dentro de dos días. La Donga es una lucha muy violenta que se desarrolla con varas de madera de casi tres metros de longitud. Luchadores de dos tribus se enfrentan a golpes hasta que quedan los campeones que posteriormente son llevados a hombros por el resto de competidores. Sin embargo, nos dicen que el gobierno ha prohibido a los extranjeros asistir a esta lucha. La pena por incumplir esta ley puede estar sancionada con 7 años de cárcel. Quieren evitar que se propague una imagen tan primitiva y violenta del país.
De nuevo al campamento y a negociar las posibilidades de asistencia a la Donga.