No ha parado de llover durante toda la noche. Después de un trueno ensordecedor la ciudad se ha quedado a oscuras. No hay electricidad, por lo que el ventilador del techo de mi habitación ha dejado de funcionar. Se acabó mi mejor protección contra los mosquitos.
Nos dirigimos hacia la frontera de Sudan del Sur, nuevo país desde que el último día 9 de julio Sudán se dividiese en Sudan del norte con capital en Jartum y Sudan del Sur con capital en Juba.
Nos adentramos en zona de las tribus Nuer que, junto a los Anuwak constituyen los dos grupos étnicos principales de la zona. Los primeros son de origen nilótico. Son altos y de piel muy oscura. Se les puede distinguir porque hasta hace poco, durante los ritos de iniciación, se les marcaba la frente con seis cicatrices. Uno de ellos nos acompaña en el coche para no tener problemas a la hora de entrar en las aldeas.
Avanzamos paralelos al río, por cuyo cauce llegaban los buques desde el Nilo para traer y llevar mercancía. Los problemas entre Etiopía y Sudan terminaron con este tráfico fluvial.
Me da mucha pena ver tantas aldeas y chozas inundadas de agua. Con gestos, me hacen entrar en las redondas casas de barro para ver como tienen que dormir sobre esterillas húmedas. Realmente no es fácil ser testigo de tanta desolación y miseria. Caminan descalzos sobre el fango, el agua y las cacas de las vacas con las que conviven. No quiero imaginar lo que será esto dentro de dos semanas cuando terminen las lluvias y aparezcan muchos más mosquitos de los que hay ahora.
Creo que es imposible poder ayudar a tanta gente. No hay ONG suficiente para atender a tantos millones de necesitados. Si no es por culpa de las sequías y el hambre, es por las lluvias y las enfermedades.
Por la noche, de nuevo a Gambela y a intentar descansar. Por suerte, al atardecer refresca un poco y se puede dormir, siempre que los mosquitos no consigan llegar hasta nuestra piel.