Por fin he conseguido quitarme el color rojo de la cabeza, aunque también me he quitado parte de la identidad que representa a los Hamer, una de las pocas tribus africanas que ha sobrevivido a la rápida occidentalización de este continente.


Para llegar hasta esta tierra próxima a Kenia y el lago Turkana, hemos atravesado gigantescas extensiones de sábana a 550 metros de altitud, que, comparado a la media de los 1.800 metros de altitud durante todo el viaje, supone entrar en una zona mucho más cálida.


Atrás hemos ido dejando poblados de las tribus Konso y Arboré, cada una con su signo de identidad. Mañana entraremos en algunos de estos poblados para conseguir captar imágenes que creo están en sus últimos momentos.


Los Hamer tienen un aspecto impresionante, sobre todo las mujeres que van adornadas con trenzas de pelo coloreadas de rojo y ocre formando un espeso flequillo, aros metálicos en brazos y piernas, escarificaciones en varias zonas de la piel que luego curan o cierran con ceniza y carbón, bandas de cuentas de colores colgando de la cintura, faldas de piel de animales, collares de cuero con incrustaciones de pequeñas conchas…


Los hombres también van vestidos de forma tradicional y algunos de ellos muestran un moño cubierto de arcilla que representa que han matado a algún hombre o a algún animal peligroso.


Una de las mujeres me hace señas para que me siente con ella. Está tiñendo el pelo de una chica. Junto a ella hay dos recipientes, uno con mantequilla y otro con polvos de color ocre y rojizo que mezclan con la mantequilla. Con la especie de pasta que se forma embadurnan el pelo y la piel.


La mujer se acerca a mí y sin decirme nada se pone a frotar mi cabeza con el rojo ungüento. Después me hace señas para que sea yo quien embadurne a otra mujer. Primero le froto los brazos y después la espalda. Una espalda cubierta de cicatrices producidas por un ritual Hamer que el gobierno intenta erradicar. Cuando un joven se va a casar tiene que saltar por encima de varias vacas sin caerse y pegar a la mujer en la espalda hasta hacerla sangrar. Antes de llegar a este momento la mujer ha estado bebiendo hasta llegar a un estado en el que ya no siente el dolor de los latigazos. La sangre empieza a salir de las heridas y luego éstas se cicatrizan dejando unas marcas para toda la vida.


Cuando veo eso en su dorso comienzo a masajear en lugar de frotar en un acto casi de misericordia. Estoy seguro que nadie ha tocado a esa mujer de ese modo.


Realmente ha sido una experiencia única e inolvidable.

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