Es difícil explicar el porqué  de esa atracción hacia tierras desconocidas, hacia lugares en los que el tiempo parece haberse detenido. Lugares que nos acercan a nuestras raíces, al encuentro de lo que tuvieron que ser nuestros ancestros. Una especie de viaje al pasado en un mundo en el que la rueda de la globalización no cesa de girar convirtiéndonos en clones de una sociedad muy alejada de nuestros orígenes.

Las noticias de los informativos no cesan de repetir la situación en la que se encuentra el grupo de españoles atrapados al norte de Etiopía en medio de un fuego cruzado entre la milicia Fano y el ejército. Las cancelaciones se suceden y la inquietud se apodera del resto de los compañeros y amigos que han decidido acompañarme a esta nueva expedición por el sur de Etiopía.

Por suerte, consigo transmitir la tranquilidad que siento, a pesar de las informaciones que continuamente nos llegan a través de los medios de comunicación. Etiopía es una especie de continente dentro de un país. Su diversidad geográfica y cultural es una de las más ricas del planeta. Lo que sucede en el norte no afecta para nada a la cotidianeidad de los pueblos y tribus del sur, por lo que nuestra seguridad no se verá afectada por la situación que se vive en la región del Tigray con una guerra abierta desde el 2020

Después de varias horas de vuelo y de una escala en Cairo, aterrizamos de madrugada en el aeropuerto de Addis Abeba. Nuestros rostros muestran el cansancio del viaje. Sin embargo,  desde la terminal aún tenemos por delante una jornada de ruta en 4×4 hasta llegar a Jimma. La salida de la terminal se retrasa ya que los aduaneros han detectado en los rayos X los 3 prismáticos que llevamos en nuestro equipaje. Y, aunque parezca mentira, nos los requisan en aduana para ser recuperados a nuestra salida del país.

Nos encontramos en plena estación de lluvias. El campo a la salida de la capital rebosa de agua. Los rayos de sol transforman las tierras en un gigantesco tapiz de un verde lujurioso. Con el paso de los kilómetros, cada uno de los doce que componemos la expedición, nos vamos dejando seducir por la majestuosidad del paisaje. Sara, a pesar de sus 10 años recién cumplidos y del cansancio acumulado, no cesa de observar el nuevo mundo que se abre ante sus ojos.

En la tercera jornada de nuestro periplo abandonamos el asfalto para acercarnos a la frontera de Sudán del Sur. Los bosques de montaña nos van hechizando conforme nos adentramos en una tierra alejada y misteriosa. Escenarios que en nada han cambiado de aquella época en la que exploradores y aventureros de todo género se internaban a través de valles y cumbres montañosas a la búsqueda de El Dorado o de esclavos para ser vendidos en los mercados del Cairo o Alejandría.

La pista es dura y lenta. Por delante tenemos casi 250 kilómetros a través de grandes zonas boscosas de montaña. La temperatura no sobrepasa los 26 grados al mediodía y al atardecer desciende hasta los 13 grados. Es de noche y estamos en Mizan Teferi. Casi nueve horas sobre los vehículos. Mañana intentaremos alcanzar el último poblado al que se puede acceder en coche.

No podía creer que en tan pocos kilómetros exista un cambio étnico tan drástico. La etnia Oromo da paso a los Surma. Esbeltos cuerpos pintados y desnudos o con una ligera túnica azul, se mezclan con los rebaños de vacas. Es un salto en el tiempo. De los bosques a la sabana, del presente al pasado, de los sueños de infancia a una realidad soñada.

Los vehículos todo terreno nos han acercado hasta una de las zonas más interesantes en las que poder sumergirse en el modo de vida tradicional de este pueblo. Hemos tenido suerte ya que no ha llovido por la mañana, de lo contrario los 4×4 no hubiesen podido trepar hasta la siguiente aldea ni vadear algunos de los innumerables ríos. Varios guías Surma armados con kalashnikov nos conducen hasta el jefe del poblado. Después de negociar nuestra entrada en su territorio, iniciamos el recorrido a través de las montañas. La temperatura ha subido hasta los 36 grados y el calor nos lleva al límite de nuestras fuerzas.

Después de dos horas de continuos ascensos y descensos por la cordillera, llegamos al río en el que habitualmente los surmas decoran sus cuerpos con tierra de colores. Arte sobre la piel. Las imágenes son casi irreales. Imponentes cuerpos casi desnudos con trazas y líneas nos sorprenden por su belleza. Los dibujos de sus cuerpos y las telas de colores componen fantásticas composiciones. Puede que sea la tribu del mundo con mayor creatividad a la hora de decorar y embellecer sus torsos.

En una de las aldeas, caemos atrapados por las fantásticas y armónicas composiciones de líneas y colores hasta el punto de  ofrecer nuestros rostros, a modo de lienzo, bajo los pinceles naturales de las artistas de esta especie de bosque encantado. Carbón y diferentes tonalidades de tierra componen la paleta de la que saldrá una obra de arte producto de una imaginación que parece no tener límites.

Dentro de ese ritual de belleza, las escarificaciones y los platos labiales, adquieren un protagonismo que puede tener los días contados. Cada vez son menos las mujeres que portan en su labio inferior una especie de disco hecho de tierra o de madera. En sus orígenes, esta práctica tenía como objetivo afear a la mujer para evitar ser capturada como esclava. Con el paso de los años, esta costumbre se está perdiendo. En otras tribus de África como los Sara Kaba del Chad, las mujeres ya no presentan los discos que antaño también portaban en sus labios.

La escarificación sigue siendo una práctica habitual de muchos pueblos africanos. Su significado es variado, aunque por lo general se hace por motivos estéticos o por identidad tribal, al igual que los diseños de henna utilizados en los países del norte de África. Pero también, esos cortes se pueden realizar por motivos curativos para detener el avance de infecciones o enfermedades. Durante el proceso, que es un poco doloroso, se emplea una cuchilla que va cortando la piel siguiendo un dibujo previamente establecido. Bajo los cortes de la epidermis se puede poner ceniza para que la cicatriz adquiera volumen y realce el trabajo realizado. Además del dolor, una de las posibles consecuencias son las infecciones que se pueden contraer, pudiendo llegar a producir la muerte de la persona.

Son las tres de la madrugada. Sonidos de gritos y disparos nos sacan de nuestro sueño. Nos están atacando? Nuestros guardianes están disparando a algún animal?… No lo sabemos. En cualquier caso, mejor permanecer en el interior de las tiendas de campaña. Al cabo de unos 15 minutos todo parece regresar a la normalidad y el silencio vuelve a apoderarse del campamento.

Por la mañana, uno de los surma me dice que un grupo de hienas estuvo atacando al rebaño de vacas próximo al lugar en el que nos encontramos. En cualquier caso, el kalashnikov parece el tercer brazo para casi todos los de la tribu que han permanecido escoltándonos desde hace dos días. Sentados en torno a la hoguera no paran de contar historias. Narraciones que forman parte de una tradición oral que permite perpetuar en el tiempo un modo de vida y una cultura que se resiste a cambiar.

Después de la lluvia del primer día ya no hemos vuelto a tener precipitaciones. Conforme avanzamos hacia el sur en dirección al lago Turkana, la tierra y el paisaje muestran las consecuencias de una sequía que está diezmando gran parte de los rebaños . El agua no cae del cielo para sufrimiento de una población que vive perforando el suelo en busca del oro líquido.

Mientras los días van pasando tenemos la oportunidad de convivir con algunos de los grupos tribales que forman una de las riquezas antropológicas más ricas del planeta. Surma, Nyangatón, Hamer, Mursi, Karo y Arboré. Etnias abocadas a un futuro incierto debido al imparable avance de una globalización dispuesta a destruir y hacer desaparecer todo aquello que no esté marcado en los objetivos y la agenda de unos pocos.

 Podemos estar más o menos de acuerdo en algunas de las prácticas realizadas por estos pueblos. Sin embargo, lo que está claro es que a lo largo de los siglos han sabido mantener una personalidad e identidad cultural que nosotros, nuestra sociedad occidental, ha perdido.

Antes de finalizar quiero agradecer a Teddy Milas de Memories Tour su colaboración para el desarrollo de esta expedición. Y, por supuesto, a los que han formado parte del grupo de 12 personas que hemos convivido en uno de los escenarios más espectaculares del planeta. Sara Muñoz El  Mountasser, mi hija, ha sido la culpable de la realización de esta aventura africana. No me puedo ir de este mundo sin transmitirla un legado y unas vivencias que marcarán su carácter, educación y personalidad para el resto de sus días.

Viajar es una de las mejores escuelas que podemos ofrecer a los más pequeños. La amplitud de miras que se obtiene al convivir con diferentes culturas, ayuda a comprender y gestionar gran parte de las situaciones que en nuestra sociedad terminan generando odio, incomprensión y violencia.  Para la mayoría, ver a un niño con un kalashnikov en sus manos, sería casi un delito de los padres. Sin embargo, cuando le haces sentir y entender los males y daños causados por ese pesado objeto que tiene entre sus brazos, interioriza el mensaje de una forma que jamás olvidará.

El resto de los integrantes (de izquierda a derecha), Susana García, Virginia Abascal, Amelia Laguía, Laura Laguía, Carlota Martí, Virginia Muñoz, Joaquina Redín, Najia El Mountasser, Jordi Garcés y Alexia de la Morena, han sido la compañía perfecta para el buen desarrollo de nuestro periplo.

De los mal llamados «pueblos primitivos», tenemos mucho que aprender. En estos viajes se puede entender el dicho de que «no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita». Entre nuestra sociedad y el modo de vida de estos pueblos hay un abismo enorme. Llegar a encontrar el punto de equilibrio entre ambos mundos es una tarea difícil, pero no imposible. 

En mi siguiente reportaje publicaré la segunda parte de “Almas del Ayer”, en esta ocasión dedicada a las tribus del norte de Kenia que rodean el lago Turkana.

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