CUP 180

Expedición Fuentes del Níger

Marruecos, Mauritania y Senegal

Francia, Tarragona, Madrid, Cordoba, Sevilla, Agdz… lugares de origen de los componentes de la expedición a las Fuentes del Níger. Sobre el mapa, nuestros vehículos todoterreno son como pequeñas hormigas avanzando hacia el lugar de encuentro situado en Dakhla, al sur de Marruecos.

Sin embargo, la ruta de enlace no supone solamente devorar kilómetros de conducción. Más allá de la visión de la interminable línea negra que se extiende ante nuestros ojos, se intuye la existencia de un mágico escenario a la espera de ser descubierto.

El Sáhara, el mayor desierto del planeta, nos acoge para permitir que nuestro espíritu se recree bajo un mundo de fantasía en el que luces, sombras y volúmenes, crean auténticas y sorprendentes obras de arte.

La visión desde la carretera nos va dando pistas de lo que se esconde a nuestro alrededor. No dar tiempo a explorar los guiños que la naturaleza nos brinda, es una auténtica descortesía que todo viajero debería evitar.

El viento se encuentra omnipresente en casi toda la costa atlántica de Marruecos. Para no aburrirse, a lo largo de los siglos ha ido puliendo y cincelando el paisaje para crear auténticas obras dignas de la mejor galería de exposiciones. Sorprendentes esculturas abstractas que recrean nuestra imaginación conforme avanzamos en ese mundo mineral. Y, si además se fusiona con las agitadas aguas del océano, el resultado es grandioso. Eso sí, hay que dejar que nuestra fantasía fluya con libertad ante las escenas que se presentan en este teatro de la naturaleza.

Los momentos de acampada son los mejores para recrearse de una manera sosegada del espectáculo. Sobre el escenario suelen aparecer actores que llaman nuestra atención antes de desaparecer en el infinito como por arte de magia. 

La costa atlántica esconde diminutos puertos pesqueros en los que parece que el tiempo se ha detenido. Pequeños fondeaderos convertidos en aldeas improvisadas para que su escasa población pueda obtener un sustento del mar.

Los más jóvenes aprenden de sus padres uno de los oficios más antiguos de la historia. Como me comentaba uno de los pescadores después de sacar su barca del agua, aparte de la educación escolar, lo que más garantía les da para sus pequeños es saber que al menos están aprendiendo a obtener alimento del mar. Un pensamiento acorde a un refrán chino: «Dale un pez a un hombre y comerá hoy. Enséñale a pescar y comerá el resto de su vida»

Una vez reunidos en Dakhla los 9 vehículos componentes de la expedición, seguimos hacia la frontera mauritana. Allí nos esperaba nuestro corresponsal para tramitar y agilizar las formalidades aduaneras.

Antes del atardecer ya estábamos en suelo mauritano dispuestos a encontrar un lugar en el que pernoctar. El Sáhara nos quiso agasajar con una de las tormentas de arena más fuertes del viaje, por lo que montar un campamento se convirtió en una operación imposible. 

Al anochecer, una especie de meharista solitario nos recomendó salir al asfalto y llegar a Chami para poder dormir en algún albergue. Nadie dudó de la sabiduría de estos señores del desierto, por lo que seguimos sus consejos, no sin antes desatascar algunos vehículos succionados por una arena tan fina como la harina.

En las cercanías de Nouakchott hicimos un alto en una de las playas solitarias de la costa mauritana. Cobijado en una pequeña jaima o tienda improvisada, sorprendimos a un pescador protegido del sol bajo las telas multicolores. Es un imraguen, que en bereber significa pescador. Son considerados los últimos grandes pescadores del Sáhara.

Se hicieron famosos por pescar con la ayuda de delfines, los cuales guiaban a los bancos de peces hasta las redes. En la actualidad, este método de captura está en vías de extinción. Prueba de ello es la vida de Mhamoud, nuestro anfitrión durante más de una hora, que por el momento sólo espera obtener unos pocos pescados que pudieran quedar atrapados en una rudimentaria red que ha lanzado en la orilla.

Al menos, nuestra presencia ha servido para sacarle de la rutina de días de contemplación acurrucado y sedado bajo su tienda con el murmullo del romper de las olas.

El paso por el interior de Nouakchott, la capital, es una experiencia no apta para hipertensos. Sin embargo, el rincón que me tiene enamorado de la ciudad es la lonja y el puerto de pesca. Al filo del atardecer, el lugar se llena de energía y movimiento. A contraluz, durante la puesta de sol, las barcas van surcando las olas para terminar encallándose en la fina arena de la orilla. Y, como si de una danza se tratase, los marineros se acompasan a ritmo musical para ir aparcando las coloreadas embarcaciones junto a otros cientos de barcos que yacen en la playa.

Junto a las barcas, los marineros y sus familias se han organizado en una especie de colonia de la que salen en raras ocasiones. Del exterior les llega la fruta, verdura… y todo lo necesario para cubrir sus necesidades. Incluso el combustible para las embarcaciones lo encuentran en las pequeñas tiendas almacenado en bidones de plástico.

Una hora después de entrar a Senegal apareció la ciudad de Saint Louis, una belleza arquitectónica legado de la colonia francesa que se estableció en el lugar durante el siglo XVII.

Desde 1857, la ciudad fue durante 85 años la capital de Senegal. Su situación, en medio de una isla a la que se accede por un impresionante puente de acero, su estructura urbana, la arquitectura de sus edificios, su impronta artística… confieren a la ciudad un aire especial que atrapa a cualquier viajero.

La parte antigua está en permanente reconstrucción, prueba del valor cultural que tiene para su población. Pasear por sus calles precisa disponer del tiempo suficiente para descubrir los rincones que los artistas han creado para mostrar sus obras. Igualmente, por qué no, saborear su cocina local, incluida la que los restaurantes callejeros ofrecen con sus bocadillos de tortilla envueltos en papel de folletos de ofertas de supermercado.

Nuevamente en ruta atravesando el corazón de Senegal. La región del Ferlo es una importante zona pastoral en la que los pozos son los auténticos puntos de vida. Es una zona semidesértica con periodos de gran sequía y de fuertes lluvias.

Los pastores peul, también conocidos como fulani, están repartidos por toda la franja del Sahel. Son un pueblo que se considera libre, de ahí su constante cambio de lugar en busca de pasto para sus animales. En los últimos años, la perforación de grandes pozos con torres de agua, ha servido para que muchos se sedentaricen y dejen de desplazarse de un lado hacia otro.

Las lluvias están a punto de comenzar, un verdadero regalo para los pastores que, durante meses, han visto como muchas de sus cabezas de ganado se han quedado en los huesos o han muerto por culpa de la falta de pasto.

Acampamos en medio de una zona arbustiva rodeados de algunos campamentos peul. Según ellos, las lluvias ya están llegando, por lo que nos previenen de la situación en la que nos encontraríamos en caso de que nos pille en medio de alguna pista del Ferlo.

 

Las lluvias han comenzado. Las luces y el paisaje cambian como por arte de magia al tiempo que la población celebra el momento más esperado del año. Los atardeceres son espectaculares, electrizantes. El barro hace su aparición en el campo, mientras en las ciudades, las polvorientas calles se convierten en auténticos ríos que los más pequeños aprovechan para darse un chapuzón en las improvisadas piscinas urbanas.

El Ferlo hay que recorrerlo sin prisa, con tiempo para experimentar y vivir situaciones junto a la población local. Observar la vida en torno a un pozo o entrar en la choza de alguna aldea peul, es una garantía de satisfacción y vivencia muy diferente a las recibidas en una sociedad occidental.

La llegada al parque Niokolo Koba, al sur del país, nos va preparando para lo que nos espera en las siguientes jornadas. La zona semidesértica ha dado paso al bosque tropical. Las montañas de la Fouta Djalon serán el primer gran reto en tierras guineanas. Pero eso será en el próximo post.

Etiquetas:

Deja una respuesta