Durante la última década, el desarrollo de la tecnología y los medios de comunicación, han ido en paralelo a la perdida de los valores tribales y culturales de muchos pueblos de la Tierra. De un modo lento, pero incesante, las tradiciones que defendieron y definieron a sociedades de todo el Planeta, se van diluyendo para adaptarse a los cánones impuestos por las sociedades modernas y occidentales. Muchos de los mal llamados pueblos primitivos, se han erigido como la resistencia ante el imparable progreso que parece equipararnos con los mismos moldes sociales.

Cada año me cuesta más encontrar a esos grupos humanos que desdeñan nuestro modo de vida y se aferran a sus costumbres milenarias. Los Bonda es uno de esos grupos étnicos con los que he tenido la oportunidad de convivir durante los últimos meses. Un grupo localizado en una región montañosa de la provincia de Odisha, al noreste de la India.

Al observar imágenes de esa tribu publicadas en algunos libros, me llamó la atención el parecido que presentaban las mujeres con sus abalorios y vestimentas, a otros pueblos del continente africano como los Turkana o los Samburu. Las mujeres son las que más han logrado conservar ese especial estilo de vestir tan diferente a otros grupos étnicos de la India. Sus collares, pendientes e indumentaria cargados de colores, manifiestan los posibles orígenes africanos.

Se cree que los Bonda han sido uno de los primeros grupos humanos en abandonar África hace unos 60.000 años. Igualmente, fueron uno de los primeros en asentarse en los bosques de la India. Hablan Remo, un lenguaje austro asiático que es parte de la lengua Mundari.

En la actualidad se les puede encontrar en pequeños pueblos de las provincias de Malkangiri y Koraput. Sus viviendas están construidas de barro para adaptarse a las condiciones meteorológicas de la zona. Esa es una seña más de identidad que ha preservado su cultura a pesar de la presión creada por la modernización de la India. Por el momento, prefieren seguir protegidos por los bosques y montañas en los que han sobrevivido a lo largo de generaciones.

Coincidir con los Bonda el día de mercado, supone un buen momento para sumergirse en la vida tradicional de este pueblo. Poco a poco, las mujeres van apareciendo por los caminos del bosque cargadas de bisutería y ornamentos finamente trabajados en los momentos que su quehacer diario, basado en la agricultura, proporciona tiempo libre. La venta de sus creaciones permite trocar o comprar otros productos para llevarlos a las aldeas.


El mercado, permite igualmente asistir a una concentración de mujeres llegadas de varios puntos de la provincia en las que se mezclan con otros grupos indígenas del territorio. A diferencia de lo que suele ocurrir en la mayor parte de la India, muestran gran aversión a ser fotografiadas, por lo que la discreción y respeto a sus costumbres condicionan mi actuación a la hora de obtener imágenes.


Sin llegar a ser tan radicales como los Raute de Nepal, los Bonda evitan el contacto con los extranjeros e incluso con otros grupos étnicos. Luchan por defender una tierra que sufrió el impacto de la colonización británica. Afortunadamente, las montañas han permitido aislar y filtrar el impacto de la globalización. Siguen siendo animistas, aunque veneran algunos espíritus ancestrales que se han convertido en deidades de la naturaleza y a los que llegan con la ayuda de los chamanes, personajes a los que se les atribuye una capacidad para comunicarse con los espíritus y los ancestros. Ellos son los portadores de la sabiduría, un don transmitido por herencia y que se encuentra igualmente presente en muchas de las sociedades recolectoras y cazadoras de África.

En uno de los mercados de la región tuve la ocasión de conocer a Aryan, un joven estudiante que me comentaba el enorme conocimiento que no sólo los Bonda, sino también otras tribus como los Dongria Khond, los Munda o los Gadaba, tienen sobre los bosques, las plantas y la vida animal. Gracias a ello, han podido sobrevivir a lo largo de siglos sin necesidad de consumir alimentos llegados del exterior. Incluso la farmacopea de estos pueblos procede de la multitud de hierbas medicinales que saben utilizar en función de las dolencias.


La región de Odisha brinda la oportunidad de convivir y contemplar pueblos indígenas que se mantienen de acuerdo a sus costumbres y cultura ancestral. La mayoría son recolectores y ganaderos, pero también existen comunidades, como los Jalaris, que han sobrevivido gracias a los recursos procedentes del Golfo de Bengala. Se calcula que estos pueblos han vivido de la pesca desde hace más de 1.000 años.

Al observar la enorme extensión de costa de la región de Odisha, es fácil suponer la existencia de asentamientos de pescadores al estilo de los existentes en puertos pesqueros como Nouadhibou o Nouakchott en Mauritania, o Saint Louis en Senegal. Puertos que no dejan indiferente a nadie. Miles de cayucos profusamente decorados con motivos coloreados creando un bello decorado a orillas del mar.

Para localizar estos asentamientos, nada mejor que escudriñar con cuidado la costa con la ayuda de la tecnología. Cuando se visiona la localidad de Puri en Google Earth, se puede adivinar lo que hay allí concentrado. Razón por la cual Puri se convirtió en mi último destino étnico en Odisha.

Existe el Puri vacacional y el Puri ancestral, aquel que basa su supervivencia en los productos del mar y no en el turismo. En menos de 1 kilómetro de los hoteles, se abre un mundo tradicional en el que la rutina diaria la marcan las mareas, las tempestades, la luna y el sol.

Los Jalaris residen en la orilla en una especie de poblado de chozas con calles que comunican directamente con la playa, las embarcaciones y el mar. Las condiciones de higiene son muy deficientes ya que la playa se ha convertido en la receptora de aguas fecales y basura. Al pasear entre las callejuelas uno percibe la falta de intimidad de cientos de personas que viven a casi un palmo unos de otros. Sin embargo, sus rostros, principalmente el de los niños, transmiten una felicidad que en muchas ocasiones cuesta encontrar en el mundo de las redes sociales y la tecnología de nuestros días.

La actividad pesquera es competencia de los hombres. Casi todas las familias disponen de una embarcación en propiedad, aunque existe un 15% que no tiene los medios económicos necesarios para poder comprar, por lo que la tienen que alquilar. Igualmente, los aparejos de pesca pertenecen a cada familia. Las mujeres, ataviadas de vestidos muy coloridos, son las encargadas de recoger las capturas con la ayuda de enormes cuencos que luego portan sobre sus cabezas.

El ajetreo durante el atardecer es embriagador. Nunca olvidaré las imágenes de los cayucos tomando tierra, del momento de liberar a los peces que han quedado atrapados en las redes, de las operaciones de recogida de la embarcación playa adentro mediante cables y poleas, o el cuidadoso proceso de remendar los agujeros que se han abierto en las redes. Todo ello, acompañado de un sol dorado que parece querer limpiar con su luz la miseria de la que parece no poder salir esta casta de pescadores.



Sin embargo, me quedo con los momentos de alegría, de sonrisas, de sorbos de té mientras me cocinan un delicioso pescado… en definitiva, de valores a los que uno no está acostumbrado. Para algunos son mundos primitivos, para mí, mundos que han sabido guardar con orgullo los valores que han defendido durante milenios. Puede que el equilibrio social de la vida de estas comunidades tradicionales con nuestro mundo globalizado surja de una ecuación que permita respetar modo de vida y valores transmitidos durante generaciones, con algunas de las bondades de nuestro mundo civilizado: sanidad, educación… Un problema matemático que, a pesar de nuestros avances, sigue sin resolverse.
