CUP 180
Expedición Fuentes del Níger
El reino de Kinkón
Antes de abandonar el territorio de Senegal y previo al cruce de la frontera, algunos aprovechan para hacer un chequeo a los vehículos y de ese modo enfrentarnos con más garantías a la primera prueba de conducción, el macizo montañoso de la Fouta Djalón. Para eso, la asistencia de Jaboud, nuestro mecánico, está resultando imprescindible para lograr los objetivos propuestos. En ocasiones, utilizamos algún taller local para beneficiarnos de sus instalaciones y trabajar más comodamente.
Igualmente, aprovechamos la belleza del lugar en el que nos encontramos para realizar un pequeño trekking por el interior de una zona boscosa hasta las cascadas de Dindefelo, lugar perfecto para «cargar nuestras pilas» ante lo que se nos avecina.




Pasado el control policial de salida de Senegal, la pista se convierte en una trialera que hay que abordar con mucho cuidado para no dañar la mecánica.
A menos de tres kilómetros de haber iniciado el ascenso, un fuerte ruido metálico me detiene bruscamente. La Mercedes Hymer, situada detrás de mi Toyota, se ha parado en seco entre dos escalones de piedra y no puede continuar.
Jaboud se tira debajo del vehículo y, después de varios minutos, da su dictamen: Dominique e Isabelle no pueden seguir en ruta y tienen que ser remolcados hacia suelo Senegalés. Parece ser que algo se ha partido en la caja de cambios.

Hoy es 10 de agosto, fecha acordada con el Ministerio de Guinea Conakry para ser recibidos en el puesto fronterizo por un representante que nos ayudará en los trámites de entrada al país.
La acogida no puede ser mejor. La buena disposición por parte de aduaneros y policías no tiene nada que ver a la que suele vivirse en la mayoría de las fronteras africanas.
Después de ser entrevistados por un medio de comunicación local y ya con todos los papeles en regla, continuamos la ruta siguiendo a la persona del Ministerio, ya que nos va a guiar con su moto hasta la localidad de Mali por una ruta que aparentemente es más corta, pero también más complicada en caso de lluvia. Está anocheciendo y debemos darnos prisa para llegar.

La pista se va haciendo más complicada a cada kilómetro. Vamos sorteando constantes subidas y bajadas a través del macizo montañoso conocido como el depósito de agua de África del oeste. Y no es para menos ya que en él se encuentran más de 8.000 nacimientos de ríos que alimentan 1.165 cursos de agua. La red hidrográfica formada en estas montañas deriva sus aguas a otros nueve países del oeste africano.


Los vadeo de río se van sucediendo, las trialeras de piedra retrasan el avance y la noche se echa encima. Mientras tanto, todos aquellos con los que nos cruzamos coinciden en que debemos llegar a Mali antes de que llueva. De lo contrario nos sería muy difícil y peligroso transitar por la pista.



Conseguimos llegar a Mali ya entrada la noche. Un destacamento de la policía estaba esperando para darnos escolta hasta el lugar de acampada.
El cansancio nos impide cenar, por lo que cada cual se las ingenia para montar la tienda en el menor tiempo posible. Sin embargo, sobre las tres de la madrugada, el cielo parece querer romperse. Los relámpagos caen por doquier, los truenos parecen cañonazos en medio del fragor de una batalla, la violencia del viento nos hace sentir como en el centro de un tornado y, como si todo eso fuera poco, la lluvia racheada empapa absolutamente todo. Yo, que preferí dormir en el suelo sobre un camastro pegado al coche, no me puedo ni mover. Un toldo improvisado que había montado por si llovía, sale volando como una vela arrancada por un temporal en medio del océano.
Cuando parece que ya ha pasado lo peor, se escucha a uno de nosotros pidiendo socorro. Jesús ha estado a punto de salir volando junto a su toldo al igual que una cometa fuera de control. Frente a mí, observo a Luis y a su familia descender de su tienda de techo familiar para protegerse en el interior del coche como si de un refugio nuclear se tratase.
Por la mañana, cada uno recoge y busca los objetos que han salido disparados a decenas de metros del campamento, pone a secar tiendas, mantas, sacos… y cuenta su experiencia entre risas y emociones contenidas. Alfredo nos muestra como en internet informan de que precisamente esa tormenta había sido la más potente registrada desde hacía semanas en todo el continente africano.
Jaboud y Antonio no han perdido el tiempo y han salido a la búsqueda de algo más práctico y apetecible. Aparecen con una saca repleta de pan crujiente recién hecho y salido del horno. ¿Qué mejor remedio para curar nuestros males?
Antes de abandonar el campamento aparece el jefe de la policía de Mali. Con cara compungida sabiendo por lo que habíamos pasado, nos escolta hasta la salida de la ciudad acompañado por el representante del Ministerio.


Después del diluvio, la pista se ha convertido en una sucesión de agujeros encharcados. No podemos circular a más de 40 kilómetros hora. De seguir la ruta en las mismas condiciones tardaremos en llegar a Mamou, ya en una carretera asfaltada, mucho más de lo previsto. Lo que está claro es que en estos países, durante la época de lluvias, es absurdo hacer un cálculo de tiempo y de kilometraje diario. Estamos supeditados al factor climatológico, algo que aquí es casi impredecible.



Tras el acto protocolario de presentación ante las autoridades de Pita, continuamos hacia uno de los lugares que mejor recuerdo me dejaron en mis primeras expediciones a este país. Las cataratas de Kinkón sorprenden por su belleza salvaje, sobre todo en esta época del año. Gracias a las autorizaciones del Ministerio podemos ir sorteando las diferentes barreras que conducen hacia este espectáculo de la naturaleza.

Uno se siente empequeñecido al observar la grandiosidad del escenario en el que nos encontramos. La asombrosa e inesperada visión, la sacudida del agua pulverizada sobre nuestros rostros y el estruendo del agua precipitándose al vacío entre la espesura de la jungla, dejan petrificado hasta al más insensible de los mortales.



Otro día más la noche se nos echa encima. Nos cuesta avanzar por culpa del estado de lo que se supone es una carretera nacional asfaltada. Además, hace un rato que las nubes parecen querer anunciar un nuevo espectáculo. Al principio te engatusan con juegos de luces y colores mediante la aparición de arcoíris por doquier. El rojizo y casi deslumbrante cenagal en el que se ha convertido la antigua carretera, te aparta de pensamientos maléficos, pero no desencaminados, de lo que se viene encima. La población local se apresura en llegar a sus casas antes de que caiga el chaparrón, y no precisamente con azúcar y turrón.


Encontramos lo que aparentemente es una escuela cerca de la ruta. Aprovechamos el porche para guarecernos y poder tender parte de la ropa de vestir y de dormir que aún sigue humedecida después de la última tormenta. La verdad es que el cansancio va haciendo mella, pero no lo suficiente para abandonar las ansias de alcanzar nuestro objetivo final.


La bruma de la mañana confiere al campamento un ambiente muy especial. Evidentemente nada se ha secado, ni siquiera nuestro buen humor, un factor muy importante para sacar fuerzas y seguir disfrutando de lo que el destino nos va ofreciendo a cada kilómetro.



La multitud se agolpa a nuestro alrededor. Quieren vernos, tocarnos y fotografiarse con nosotros. Y que nadie se lleve a engaño, los teléfonos móviles ya están en casi cualquier lugar. Pueden escasear otros bienes, pero el mundo occidental ha conseguido que el teléfono se convierta en un instrumento sin el que muchos ya no pueden vivir. Durante mi última expedición a una remota región del suroeste de Etiopía, pude ver una antena en la lejanía, en lo alto de una montaña cubierta por la espesura de la selva. Una señal de que algo había cambiado en el entorno. A nuestra llegada a una aldea, en la que lo normal es que tanto hombres como mujeres vayan desnudos, de repente, un niño de no más de 15 años me fotografía con su móvil. Para mí, más que una sorpresa de ser el cazador cazado, es la inquietud y el sentimiento de que una cultura y un modo de vida que yo había conocido desde hace más de 15 años, estaba a punto de tomar un nuevo rumbo. Cuando uno ha sentido los valores familiares de estos pueblos, se da cuenta de que en nuestra sociedad éstos están igualmente en vías de desaparición. Y que conste que no valoro negativamente el que la tecnología llegue a todos los puntos del Planeta. Simplemente, es una sensación de preocupación por el precipitado e inevitable cambio cultural de un pueblo que no ha sufrido la transformación y adaptación progresiva que hemos tenido nosotros con los instrumentos tecnológicos.



En medio de la multitud, un niño presenta una grave quemadura producida por agua hirviendo. La herida tiene muy mala pinta, por lo que Rocío toma una foto y la manda a un médico en España. La respuesta no se hizo esperar, o se limpia perfectamente, se quita la piel muerta y se desinfecta, o el pequeño puede padecer un fallo renal con posibilidad de muerte debido a la infección.

A los pocos minutos, Najat, Paqui y Cristina, habían preparado en el interior de una casa, un improvisado espacio de curas. Cubo de agua caliente, pinzas, bisturí, gasas, pomada antibiótica… El niño ya está en buenas manos.

Como agradecimiento a nuestro gesto, los aldeanos nos invitan a descubrir una especie de puente mágico, casi de cuento de aventuras. A lo largo de unos 300 metros, una rudimentaria pasarela construida con tablones de madera, se introduce en medio de una zona de vegetación y manglares para cruzar un río, permitiendo así que los aldeanos puedan acceder a sus terrenos de cultivo. Una experiencia no apta para aquellos que sufren de vértigo. De hecho, uno del grupo terminó cayendo a las aguas.



Continuará…